jueves, 24 de noviembre de 2011

Traición idiomática

No se me ocurre otro nombre para el acto según el cual se le da patente de corso a los ignorantes, mediante la emisión de un decreto real que oficializa el uso errado de un término contra el que hemos luchado los verbófilos de a pie, aquellos que no pertenecemos a la nobleza académica y que tenemos un interés que consideramos genuino por la defensa de nuestro idioma.

Nunca he estado en contra de la evolución del lenguaje, y creo entender la necesidad de considerar la inclusión oficial de nuevos vocablos en el idioma, ésos que dan cuenta de los avances de la ciencia o de los cambios en la cotidianidad. Pero he tratado de luchar por el uso correcto del español y por evitar el uso de vocablos tomados de otras lenguas, el de extranjerismos, o la formación de seudopalabras o calcos, cada vez que exista en nuestro idioma un término que se origina con base en las reglas de la formación de palabras que dicta la etimología.

No conozco los procesos que llevan a que los académicos que se han especializado en nuestra lengua puedan tomar la envidiable decisión acerca de cuáles son las acepciones que logran llegar o quedarse en el listado oficial de palabras que llamamos diccionario. Entiendo que, gracias a la evolución misma del lenguaje y a lo que pueda dictar el uso general del idioma, algunas palabras logran ser aceptadas aunque causen recelo, y otras, con igual controversia, no tienen entrada (aún) en ese códice.

 Lo que se sale de mi capacidad de comprensión es que se decreten amnistías que permiten que los términos que no tienen fundamento en las normas etimológicas sean aceptados como si tuvieran el mismo valor y peso que aquellos cuya evolución ha sido estudiada concienzudamente, o que a términos cuyo origen puede rastrearse fácilmente, no se les invite a hacer parte de la lista de uso aceptado.

Acabo de conseguir mi copia del Diccionario de Términos Médicos (DTM) que, luego de más de un lustro de investigación y trabajo recopilatorio, ha preparado la Real Academia de Medicina, para suplir la necesidad sentida de elaborar un glosario de los términos especializados que son de uso común en profesiones como la medicina, y que no habían sido abarcados por la obra de referencia idiomática elaborada por otro grupo de nobles, la Real Academia de la Lengua.

El hecho de que en Colombia no se consiga (aún) la versión con código de acceso para su revisión en línea, hace imposible dejar de notar que lo monumental de dicha obra no hace referencia sólo a su extensión, sino a su gramaje.

Tras haber aprendido la manera de transformar el étimo imago para adaptarlo a la traducción, quizá innecesaria, de la palabra inglesa imaging, ésa que describe lo que hacemos quienes hemos escogido la radiología como modus vivendi, y, luego de una cruzada personal para la divulgación de imaginología como única opción correcta, a pesar de que el uso prefiere la forma facilista pero equivocada imagenología, me encuentro con una decepcionante entrada en el DTM:

imagenología s.f. disciplina científica, rama de la medicina, que trata del estudio y la utilización de imágenes en medicina.
Sin.: diagnóstico por la imagen, estudios de diagnóstico por la imagen, iconología, iconología diagnóstica, imagen, imagenología diagnóstica, imagenología médica, imaginería, imaginería diagnóstica, pruebas de diagnóstico por la imagen, tecnología de diagnóstico por la imagen.
Obs.: Puede suscitar rechazo por considerarse híbrido etimológico; la forma propia debería ser "iconología", pero es de uso minoritario. Puede verse también imaginología, única forma aceptada por la RAE, pero de uso minoritario entre médicos. No debe confundirse con radiología.

Unas líneas más abajo aparece

imaginología s.f. = imagenología.

Al anotar la definición en la entrada correspondiente al lema imagenología, el mensaje de la Real Academia de Medicina es que éste debe ser el término preferente, al que remiten el resto de los sinónimos desde sus correspondientes entradas como lemas independientes. Como se señala en las páginas introductorias del DTM, la preferencia obedece a criterios lexicográficos, sin que deban interpretarse como incorrectos el resto de los sinónimos. Entonces, ahora los médicos, con fama –justificada– de ser un grupo que maltrata al idioma, sugieren que se debe contradecir a los académicos de la lengua, aunque hayan establecido –ésos si, con criterios lexicográficos– que el término correcto, desde el punto de vista etimológico, es imaginología. De hecho, ahora el término correcto es anotado como un sinónimo «que no debe interpretarse como incorrecto».

¿Qué podemos esperar de esta traición idiomática? No me imagino un escenario en el cual dos monarquías, como lo son estas Academias Reales, lleguen a un acuerdo, cuando una dice usar un criterio científico y la otra uno que parece caprichoso. No espero –ni quiero– que en la siguiente edición del DRAE, el término etimológicamente correcto sea remplazado por el barbarismo.

Por supuesto, no es el único término que me sorprende en la primera hojeada del DTM. Encontré otro decreto real (de la misma Academia de Medicina) que confiere «licencia para matar» al español a quienes prefieren maltratarlo que conservarlo. Seguramente será el deleite de quienes tienen mentes tan estrechas que prefieren adaptar de manera chabacana un término en inglés, que buscar un equivalente correcto.

Pues bien, el horrible randomizar, cruel adaptación de to randomize (o randomise, para los británicos) adquiere ahora la categoría de sinonimia de aleatorizar. Quizá para quienes estén más cerca de la cultura monárquica angloparlante, lo lógico sería que escribieran randomisar... esto me recuerda al gringo que quiso solicitar una porción de papas a la francesa en una hamburguesería bogotana, pero sin tener la más mínima idea de español, por lo que pensó que al decir «uno el french fries» sería suficiente para hacerse entender.

En vez de eliminar por completo el pobre intento de traducción que supone el uso de giro, flaco esfuerzo de adaptación de gyrus como alternativa para circunvolución, el DTM le confiere cierta validez a la ignorancia de aquellos supuestos hispanoparlantes que han transmitido durante décadas el vocablo giro como sinónimo de circunvolución a generaciones enteras de especialistas o estudiosos del cerebro.

Como el DTM incluye algunos epónimos, no me parece extraño que se haga mención al término stent, que seguramente representará otra pequeña victoria para quienes lo prefieran sobre un vocablo en nuestra lengua, como el que yo uso, endoprótesis. Lo que me llama la atención es que ni siquiera se mencione a Carlos (Charles Thomas) el odontólogo inglés cuyo apellido da origen al término anglo, aunque en nada se parezca su aporte al uso actual de estos implantes.

No me he atrevido a buscar la entrada rata, por temor a encontrarla como sinónimo de tasa, aunque he sentido alivio al no encontrar equivalencias entre axial y transversal y al no haber encontrado siquiera mención del tan común como erróneo versus.

El DTM ha llegado para quedarse. Se convertirá en una obra de referencia y en una guía indispensable para los adeptos al lenguaje, o en fuente de inspiración para intentos de apreciación crítica como éste, que tienen más de divertimento que de análisis.