sábado, 3 de diciembre de 2011

¿Qué leer?



En la página virtual de The New York Review of Books, sobre crítica literaria y otros comentarios tan interesantes como profundos, Tim Parks escribe en la «entrada» blógica del pasado 6 de octubre  «qué anda mal con el premio Nobel de literatura» (Para leer a Tim Parks, en esta misma página, a la izquierda, uno de los vínculos para cibernautas sin rumbo es precisamente el NYRB).

Parks hace una disquisición interesante que comienza con la referencia al premio de este año, entregado al poeta sueco Tomas Tranströmer, que Parks describe como un autor no muy prolífico ni muy conocido por fuera de Suecia. Parks duda de la idoneidad de la Academia Sueca, el grupo de docentes universitarios encargados de cumplir con la tarea de promover la «pureza, fortaleza y sublimidad del idioma sueco», cuyo cargo vitalicio ha demostrado que no siempre logran acertar a la hora de seleccionar al autor que será honrado con tan prestigioso galardón.  Así, Parks (como muchos otros) critican la decisión de haber escogido a Elfriede Jelinek, por ejemplo, y duda que ese jurado haya podido leer obras como Lujuria, que él califica como imposible de digerir.

Parks hace unos interesantes cálculos acerca de la tarea que deben completar los miembros de la Academia Sueca, y sugiere que en muchas oportunidades su decisión ha estado sesgada por cuestiones sociales o políticas, y que el premio ha sido entregado a naciones o movimientos políticos o de derechos humanos antes que a autores. Para Parks, es difícil creer que un grupo de suecos, por muy eruditos que sean, podrá percibir con suficiente claridad las minucias que puede tratar de descibir un autor indonesio o uno camerunés, a quien probablemente hayan leído sólo superficialmente y en una traducción a un idioma diferente al sueco. 

Tim Parks no parece estar en contra de este proceso, pero sugiere que no se tome tan en serio como muchos parecen hacerlo, y cree que la tarea que cumplen los miembros de la academia puede ser imposible de completar, como es la de leer cientos de libros al año, de autores tan diversos como enigmáticos o simplemente impenetrables, para tratar de aproximarse a una decisión sensata y no excluyente. Eso sí, aclara que, aparte de un par de poemas que han circulado en la red, él no ha leído a Tranströmer.  Creo que no hace falta aclarar que yo tampoco sé casi nada del sueco premiado este año con el Nobel de las letras.

Para mí es claro que Parks tiene razón en cuanto se refiere a la dificultad para escoger. No sería la primera vez que el Comité Nobel, en cualquiera de las disciplinas en las que emite sus galardones, cause controversia con sus decisiones. La clave es recordar que el «jurado» está compuesto por mortales, con las mismas tendencias, envidias y sesgos de los demás. Estoy de acuerdo en que no hay que tomárselo tan en serio, aunque el premio pretenda serlo, y, de hecho, siga siendo considerado como un ejemplo de lo serio. Sin duda alguna, los premios Nobel seguirán siendo controvertidos, tanto los de literatura como los de medicina, física o química, por mencionar sólo algunos.

Igual de interesante es el comentario que hace Per Wästberg, presidente del comité Nobel de literatura, también por vía electrónica, en la página Att vara ständig (Ser constante), en una especie de respuesta a Parks o a quienes piensen como él. Wästberg aclara que Tranströmer no sólo es muy bien conocido en Suecia, sino que ha sido traducido a sesenta idiomas (¿hay tantos?), y que en países tan diferentes como China y Eslovenia, hay cafés que llevan el nombre del poeta sueco.  De hecho, cuenta que en el año 2000, Susan Sontag le dijo que Tranströmer debía ser el sueco más conocido en los Estados Unidos. El comité Nobel tiene cinco miembros de la Academia Sueca, y hacia febrero de cada año recibe sugerencias o nominaciones de unos doscientos veinte autores de todo el mundo. Hacia el mes de abril, después de la lectura exhaustiva (en la Academia Sueca hay dominio de trece idiomas) y de consultas con traductores y expertos que actúan bajo juramento como colaboradores del Comité Nobel, la lista se reduce a unos veinte candidatos. A finales de mayo, suelen quedar unos cinco en la lista, autores cuyas obras leerán profusamente estos académcos en los siguientes cuatro meses.  Ningún autor recibe el premio Nobel sin haber estado por lo menos dos años en esta lista.  Wästberg cuenta que es un lector obsesivo desde su infancia, y que su promedio de lectura es de ¡un libro por día!

Wästberg asegura que ellos se fijan en el trabajo de la vida de los individuos, sin importar su nacionalidad, cuestiones de género o de religión. Insiste en que, si lo consideraran necesario, darían el premio a un portugués o a un estadounidense cinco años seguidos, pero que también lo entregarían a ensayistas, historiadores, o a autores de libros infantiles, y que no tienen criterios de derechos humanos, pero que es común que los premios sean interpretados políticamente luego de ser anunciados.

No me hacía falta la explicación, y posiblemente, aparte de resultar interesante, no cambie mi percepción de que estos galardones siempre tendrán el sesgo de ser escogidos por personas que a su vez puedan estar sesgadas, aunque intenten apartar sus decisiones de sus sentimientos.
¿Qué leer? No tengo una respuesta a esa pregunta. Algunos se guían por el éxito (casi siempre en ventas) de un autor. Muchos otros leen a quien haya sido galardonado con el Premio Nobel, o con otros premios de literatura de diferente alcurnia. No parece buena idea guiarse solamente por los elogios que se encuentran en las contraportadas de los libros, esos sí con frecuencia sesgados e incluso aparentemente malintencionados, pues buscan que un libro se venda con palabras que los aclaman sin criterios claros.

Nuestro Club de Lectura ha seguido creciendo, tanto en miembros como en lecturas (también en la columna de la izquierda, en el Archivo del Blog, septiembre de 2010, la reseña del primer año del Club). El dinamismo del grupo incluye pérdidas que quisiéramos considerar temporales, y seguramente seguirá vinculando a nuevos verbófilos, como, de hecho, ha pasado. Por estos días cumplimos el segundo aniversario de viajes por el mundo de las letras. La última entrada de nuestro cuaderno de bitácora literaria había tratado sobre el drama personal de un japonés, profesor de inglés, enfrentado a la llegada al mundo de su primer hijo, quien nace con una grave deformidad.

De manera coherente con la intención de usar las lecturas para darle la vuelta al mundo, el nuevo recorrido volvió al sur del continente americano. Como era de esperar, en los zapatos de los lectores también hay piedras que entorpecen el andar literario. El comienzo del camino fue algo tedioso, pues descubrimos, cuando ya era demasiado tarde, que Monsieur Pain, de Roberto Bolaño, fue considerada por la crítica como su «novela no bien lograda». La verdad, no quedaron muchas ganas de comprobarlo, así que preferimos quedarnos con la duda y evitar a ese autor, por lo menos en este nuevo año de páginas que ya completamos. Sin ínfulas de críticos literarios ni mucho menos de eruditos, sino simplemente con la convicción de que habíamos degustado un plato insípido, de cuyo chef no quisiéramos repetir sus obras.

Por pura coincidencia, y como el año pasado, la siguiente escala representó un cambio de continente, a la vez que un salto prodigioso que incluyó un cambio de estilo. El ensayo Una Habitación Propia, de Virginia Woolf, nos deslumbró por la pulcritud en el uso del idioma y por la profundidad de sus reflexiones. Aunque no la leímos en el idioma original, la belleza del texto habló muy bien de la traducción que se hizo del mismo al español. A pesar de que nuestro grupo es heterogéneo en cuanto a las disciplinas en que cada uno se mueve, desde tan diferentes ángulos coincidimos en el hecho de que habíamos disfrutado de una verdadera pieza literaria.

La siguiente obra en la lista de seleccionadas fue el maravilloso relato Trenes Rigurosamente Vigilados, de Bohumil Hrabal. Otra descripción magistral, en este caso la de los personajes sometidos de una pequeña ciudad checa en la época de la segunda guerra mundial, que tienen una manera particular de resistirse a la ocupación. Una historia muy bien contada acerca de hechos basados en aquellas realidades sufridas por los pueblos que vivieron esa guerra.

Trasladamos nuestra lectura a otras guerras, con Los Ejércitos, de Evelio Rosero, un relato humano del conflicto violento que tantos años se ha vivido en Colombia. A partir de un pequeño escenario, Rosero narra con gran propiedad la experiencia vital de un personaje rodeado por ejércitos regulares e irregulares, que secuestran, torturan y asesinan bajo el pretexto de un poder que sólo sirve para perpetuar ese mismo conflicto que parecería nunca acabar, excepto porque acaba con la vida y con las ganas de vivir a su paso por los pueblos. Una historia narrada con un lenguaje de una belleza impresionante, que hace que el contenido, el de la desgracia sufrida por Ismael al perder a su compañera y perderse él mismo en el abandono, llegue con un profundo mensaje de reflexión acerca de las injusticias que se viven a diario y que algunos terminan por asumir como una costumbre.

Seguimos con una historia de conflicto, Todo se Desmorona, de Chinue Achebe, un bello relato de la estructura social de un mundo ajeno para nosotros, el de una tribu nigeriana. De allí, algunos conocimos otras obras del contiente africano, como la de una admiradora de Achebe, la también nigeriana Chimananda Ngozi Adichie. De ella recomiendo su colección de relatos llamada La cosa alrededor de tu cuello, pero sobre todo su bellísimo, estremecedor e imperdible discurso, «El peligro de la historia única», aporte invaluable de una de nuestras mejores guías y consejeras del grupo: 



El siguiente libro fue una muy grata sorpresa: La Vida Ante Sí, de Emil Ajar, la estremecedora descripción de un mundo de sobrevivientes, narrada desde el punto de vista de un niño huérfano cuya visión resulta cruda y profunda. Momo, el niño musulmán que narra esta historia, vive y sobrevive en un prostíbulo que es dirigido por una judía sobreviviente a Auschwitz. Con esta obra es entendible  el reconocimiento de Ajar, un prolífico autor que se ha dado a conocer a través de por lo menos cinco seudónimos, gracias a los cuales ha obtenido premios que parecía imposible repetir, como el Prix Goncourt.

En contraste, Los Informantes, de Juan Gabriel Vásquez, resultó una decepción para la mayoría de nosotros. Una historia no muy bien contada, que resultó tediosa y poco interesante, a la vez que parece inconclusa. Para lo que pueda servir, y, teniendo en cuenta que no soy crítico literario, nada recomendable.

Almas Grises, de Philippe Claudel, nos volvió a reivindicar con las letras. Una linda historia narrada de manera sorprendente, sobre el asesinato de una bella mujer que llega a un pequeño pueblo francés en cuyas afueras se desarrollan batallas de la Primera Guerra Mundial. Sin tratarse de una novela policíaca, el interés por resolver el caso se convierte en el hilo conductor que ata las vidas de los protagonistas, inmersas en la soledad y en el tono grisáceo que describe sus almas.

Seguimos con La Sombra del Águila, de Arturo Pérez Reverté, un breve y divertido relato de un batallón de combatientes españoles bajo las órdenes de Napoleón, cuyo heroismo consiste en su interés por sobrevivir a una guerra ajena. Un relato que, a pesar de desarrollarse en medio de una batalla sangrienta, acude al humor como recurso para mostrar la naturaleza humana y sus alcances en momentos de exasperación y conflicto.

Volvimos a leer a Philippe Claudel, con su obra breve La Nieta del Señor Linh, un extraordinario relato de otro sobreviviente, esta vez un anciano asiático que termina exiliado en Francia, cuidando de lo único que ha podido salvar de la guerra en su país: su propia identidad.

Seguimos con Nada, de Janne Teller, la descripción de la reacción de un grupo de jóvenes de una sociedad actual a la aparente rebeldía de uno de ellos. Una historia de los alcances de la irresponsabilidad de la inmadurez.  Aunque proviene de Dinamarca, gracias a la globalización, este tipo de reacciones parece reproducible en otras sociedades modernas, que comparten algunos esquemas de ruptura familar y social. Afortunadamente, también parece probable que en muchos otros grupos sociales no sea concebible este tipo de situaciones, donde unos muchachos pueden tomar las riendas de sus vidas, sólo para permitir desbocarse en la irresponsabilidad.

De esta historia de la decepción de que es capaz la humanidad en contra de sí misma, saltamos a un relato no menos apocalíptico, La Carretera, de Cormac Mc Carthy. Una lectura difícil, sobre un mundo autodestruído en el que no parece haber esperanza, y en el cual la idea de un camino, que para algunos debe evitarse, resulta ser, para otros,  el único asidero posible. Una estrecha relación de padre e hijo en unas circunstancias que simplemente no pueden imaginarse, un fin del mundo como lo conocemos en el que se trata de buscar una salida que parece no existir...¿o sí?

Del apocalipsis dimos un salto a la crónica medieval francesa. Difícil acrobacia, que no resultó del todo bien. El Rey del Bosque y Abades, de Pierre Michon, dos ejemplos de narración que no me resultaron especialmente apasionantes, una de las cosas que quisiera encontrar cuando leo. Muy elogiado, precisamente por su narrativa, pero en este par de relatos no logré captar la intención ni la trama, ni siquiera esa supuesta pureza del lenguaje que para algunos permite que algunas de sus obras no sólo puedan leerse sino cantarse. Me imagino, con harto esfuerzo, aquellos cantos gregorianos, pero prefiero, sin dudarlo, la monocromía de esos sonidos a la monotonía de estos relatos. Esta es la fortuna de poder opinar sin la erudición de quienes han considerado a Michon como el «más grande escritor europeo vivo». Otro plato que pude degustar, aunque sin poder saborearlo.

El siguiente ejemplo de narrativa nos transporta a un castillo donde se va a desarrollar un encuentro entre dos viejos amigos, separados durante décadas por las circunstancias de sus propias vidas. La preparación del encuentro, la puesta en escena de la atmósfera donde se llevará a cabo ese encuentro necesario, revelador y predecible, hacen de El último Encuentro, de Sándor Márai, una obra maestra.

El círculo se cierra, para dar comienzo a uno nuevo en un engranaje que nos mantiene disfrutando de mundos diversos en el universo de las palabras. Si mencioné al comienzo que la obra de Elfriede Jelinek (que no me he aventurado a descubrir) ha sido considerada oscura, y, para algunos, inmerecidamente galardonada, puede resultar una coincidencia que ella, como su admirado Thomas Bernhard, haya estudiado música. Precisamente de Bernhard, leímos El malogrado, una obra que, como otras del autor, toma fragmentos de personajes reales para armar una historia oscura, la de la obsesión de unos músicos mediocres ante la aparente evidencia de su imposibilidad de alcanzar el virtuosismo de un pianista que realmente existió: Glenn Gould. En una especie de fuga, el arte de la reiteración que Johann Sebastian Bach logró llevar a su máxima expresión, la narración reiterativa de Bernhard logra crear la atmósfera de la obsesión alrededor de la relación entre los músicos que protagonizan este encuentro, dos compañeros de conservatorio que tienen formas muy diferentes de abordar el piano, la música en general y la vida en particular.

El segundo aniversario de nuestro club de lectura ya pasó, y hemos comenzado un nuevo año, de los que espero sean muchos más, con nuevas incursiones a lecturas sorpendentes. Seguimos leyendo un número de libros que está por encima del promedio, pero no lo hacemos para batir una estadística, sino por el disfrute que representa adentrarse en las páginas de un relato, y por la expectativa de encontrarnos, casi cada mes, alrededor de unos vinos, algo de música, mucha amistad y buena comida, para compartir nuestras impresiones acerca de los viajes que hemos hecho juntos, aunque cada uno haya hecho el recorrido por su cuenta. 

Por ello, la cuestión no es qué leer, lo importante no parece ser una pregunta, sino una acción: ¡a leer!