domingo, 10 de septiembre de 2017
Tiempo de lecturas
A un año (casi)
desde la última reseña de libros leídos en el grupo de tertulianos, una nueva
recopilación de los viajes literarios en los que confluimos, y que sirvieron de
excusa para reunirnos.
Comenzamos con
un viejo conocido, el autor colombiano Evelio Rosero, de quien quisimos leer su
primera novela, llamada Juliana los mira. Se trata de la
reedición de un interesante monólogo que parte de la postura de una niña de 10
años y su despertar sexual, enmarcado en un ambiente social que puede
equipararse al de varios países latinoamericanos –quizá otros también– donde hay temas recurrentes como la
infidelidad y la corrupción política y moral. En algunos pasajes, la lectura no
es muy fácil, pues se describe desde la perspectiva infantil, en una forma
creíble de mostrar, a ritmo acelerado,
los vericuetos de la inocencia de la mente de la niña protagonista, que
vive en un entorno privilegiado, que no necesariamente representa al de la
mayoría de las niñas de su edad en un país como el nuestro.
Seguimos con El ruido del tiempo, de Julian
Barnes, que nos trasladó a la rusia de
Stalin. Su presencia en un concierto de Shostakovich intimida al artista, cuya vida
es precisamente la protagonista de la obra. Shostakovich es presentado como un
personaje pusilánime, dominado por el poder estatal, severamente criticado en
la novela. En ocasiones, las descripciones parecen sesgadas hacia el
estereotipo de la rusia stalinista de la guerra fría, vista desde su contraparte
cultural occidental anticomunista.
Para algunos, el
ritmo de la novela imita al de las composiciones de Shostakovich, lo que podría
explicar las dificultades que algunos pueden encontrar en su lectura,
equiparables, quizá, a las que se puedan tener para seguir la música de este
compositor. Según este concepto, es posible que quienes puedan lograr una
lectura más fluída de la novela de Barnes sean aquellos que comprenden o
disfrutan de la música de Shostakovich. Algunos de los tópicos del libro incluyen
el poder y la ironía, así como las posturas, como las de Shostakovich, que no
encuentran forma de luchar en contra de ese poder y se vuelven complacientes y
pasivas, por lo menos en apariencia («la línea de la cobardía era la única que
avanzaba recta y segura en su vida»). Sin embargo, el autor hace explícita su
intención de mostrar a Shostakovich como un personaje, sin que necesariamente
sus reflexiones estén ceñidas a la precisión histórica. De hecho, Barnes
sugiere que, si se quieren conocer los aspectos biográficos del compositor, se
lea a otros autores.
La siguiente
lectura fue una recopilación de relatos de una autora anunciada como
«redescubierta», Lucia Berlin, nacida en el estado de Alaska, con una vida que
la hizo recorrer lugares tan disímiles como México, Chile, los estados de
Arizona y Nuevo México y la ciudad de Nueva York, entre otros. Presentada como
una figura olvidada de la literatura, en parte como treta mercadotécnica, pero
en parte como un hecho cierto, Berlin escribe desde su postura como mujer trabajadora,
quien, a lo largo de su vida ejerció oficios variopintos, como enfermera,
profesora, operadora telefónica y mujer de la limpieza, entre otros.
Precisamente, el título de uno de sus cuentos, y el que se escogió para esta
recopilación, es Manual para mujeres de
la limpieza. Sus relatos son crudos, considerados de autoficción, por
tratarse de eventos que pudieron ser reales o con tinte autobiográfico.
Contienen detalles que a veces parecen sobrar, pero que corresponden a las minucias
personales que ella considera cruciales, con algunos finales que resultan
contundentes y sorpresivos. La autora sufrió de alcoholismo, y sus
descripciones de la cotidianidad son lúgubres, de gran potencia narrativa y de
hechos extraordinarios que hacen difícil discernir la frontera con la ficción.
Se parecen tanto a su realidad, que incluso alguno de sus hijos sugirió que,
por momentos, no le resultaba fácil recordar si lo narrado había sucedido o no.
Después leímos una
reflexión de Maylis de Kerangal, cuyo título fue traducido al español como Lampedusa, pues hace referencia a las
divagaciones de una noche de insomnio alrededor de un hecho trágico, la noticia
del naufragio de unos inmigrantes ilegales africanos cerca de esa isla
italiana. Pero también es el recuerdo de la obra cinematográfica de Luchino
Visconti, la evocación de esa isla en otro contexto político y temporal, y el
recuerdo del protagonista de la película, Burt Lancaster, precisamente un
inmigrante. Usa estos ingredientes tan distintos para hacer símiles acerca de
la escritura y del naufragio personal que representa el hecho de que la
narradora también es extranjera en esta isla. El título original de la obra es
una frase recurrente: en este punto de la
noche, frase que usa para comenzar casi cada capítulo a lo largo del insomnio
que le produce la crisis del naufragio de los inmigrantes que aspiraban a un
futuro en un viaje que termina en lo menos esperanzador: la muerte. El dolor de saber que hay más de trescientos
anónimos cerca de las playas de la isla a donde ella logró emigrar, lo resalta
con la importancia que le da el ponerle nombres, no números, a las cosas y a
las personas.
La siguiente
novela también ha sido considerada semiautobiográfica, pues el padre del autor,
Hisham Matar, un millonario activista en contra del régimen de Muamar al Gadafi
en Libia, desapareció en El Cairo y fue apresado, sin que se supiera, por
muchos años, si estaba vivo o no. Historia
de una desaparición narra una situación similar, de unos exiliados iraquíes
en París, que luego se trasladan a Egipto, en una situación política que no es
muy clara, pero cuyos detalles no son estrictamente necesarios para la
narración. La ausencia es el tema central, contado por un niño cuya madre ha
fallecido en medio de una melancolía cuya causa no es descrita claramente, en
circunstancias que resultan confusas para el narrador, pero que lo marcan
definitivamente. Nuri, el niño, ha sido cuidado fervorosamente por una
sirvienta mucho mas cercana a él de lo que alcanza a imaginar. Él describe la
sensación de sentirse traicionado, tanto por su padre, como por su nueva
esposa, de quien Nuri se había enamorado desde que la vió por primera vez. En
un giro inesperado de la historia, Nuri
se entera de la desaparición de su padre, y él y su madrastra descubren
que llevaba una vida paralela, y que tenía una amante, con quien estaba en el
momento de ser secuestrado en Suiza. La historia de una familia y sus
sufrimientos se convierte entonces en una historia con visos detectivescos. Un
relato de pérdidas y de desesperanza, así como de ausencias que modelan las
vidas de los que quedan.
La siguiente
lectura fue La séptima función del
lenguaje de Laurent Binet. Alrededor
del hecho cierto de la muerte del crítico y teórico Roland Barthes, quien fuera
atropellado por una camioneta en las calles de París después de un encuentro de
matíz político entre él y François Mitterrand, Binet propone una teoría de
conspiración, según la cual esa muerte pudo no ser accidental. Se trata de un texto
de gran profundidad literaria, que puede parecer pretencioso, pero cuyo hilo se puede seguir,
aún sin conocer los detalles políticos del momento o las profundidades
lingüísticas y filosóficas de los personajes involucrados. Se encuentran en el
mismo texto diferentes niveles de lectura, que permiten a los conocedores y a
los legos disfrutarlo, a pesar de que, por momentos, los recursos retóricos
puedan parecer excesivos, como claramente le parecen al detective Bayard,
encargado de investigar la posible conspiración. El detective, a quien los
lingüistas y filósofos le parecen megalómanos inalcanzables e insoportables, se
asocia para esta investigación con un académico, en una trama matizada con
humor -cotidiano y elevado- que revela las profundidades de una teoría del
lenguaje, según la cual se puede lograr un poder inimaginable a través de las
palabras, con las que se puede convencer a las masas «de cualquier cosa en
cualquier circunstancia».
De Ignacio Gómez
Dávila, leímos Viernes 9, un relato
de tinte histórico y costumbrista que describe el ambiente de El Bogotazo, nombre con el que se conoce
a la revuelta popular del 9 de abril de 1948, como consecuencia del asesinato
del líder político liberal colombiano Jorge Eliécer Gaitán. La historia se teje
alrededor de un comerciante pudiente, inconforme con su vida familiar, a la que
piensa dejar para huír en compañía de su amante. La circunstancia especial e
impredecible es que el día planeado para su escape coincide con el de la
violencia surgida a partir de la muerte del político. La historia no está muy
bien lograda. El estilo literario es pobre, las dudas filosóficas del
protagonista no son convincentes y su cambio de actitud frente a los hechos
tampoco parece muy creíble. Los personajes no son bien caracterizados y la
historia de amor resulta superflua. Quizá se rescata únicamente lo interesante
de la descripción del recorrido por las calles en llamas en medio de una
multitud enardecida, aunque incluso en esta narración se encuentren situaciones
que parecen inverosímiles.
De la Bogotá de
1948 volvimos al admirado y conocido autor colombiano Evelio Rosero, de quien
pudimos conocer el avance del primer capitulo de su última novela, que nos motivó
a leer Toño Ciruelo.
Se trata de la
historia de un personaje que para muchos lectores puede parecerse a alguien
conocido, hasta el punto de que, por momentos, puede corresponder a la
descripción de algún criminal reseñado en las noticias locales o tener asidero
en hechos reales. La narración es creíble, aunque tiene fragmentos difíciles de
seguir, especialmente cuando entra en la mente del sicópata, o en aquellos
momentos en los que el amigo es más un enemigo y se entrecruzan los momentos de
admiración y repulsión por Toño Ciruelo. El personaje que da el título a la
obra es también presentado como una duplicidad, ya que su voz sólo se oye a
través de la del narrador, quien también tiene dudas divergentes acerca de sus
sentimientos. Contiene algunos apartes que, para algunos, evocan al realismo
mágico por su exageración, pero, en general, la narración es intensa y obliga a
seguir adelante. Sorprende, eso sí, que un escritor tan prolijo haya dejado
errores de puntuación que no aportan al texto, como el hecho de no usar los
signos de interrogación de apertura, lo cual además fue permitido por la
editorial que los publica.
De otro viejo
conocido, el español Arturo Pérez
Reverte, leímos El francotirador
paciente, una obra que ha sido
criticada negativamente y que ha
sido considerada superflua y distante de la erudición y profundidad a la que
nos ha acostumbrado el autor. Llama la atención su capacidad de cambiar de voz
y de estilo, pero también el hecho de presentar una historia interesante, que,
como en otras de sus novelas, tiene visos detectivescos y de aventura. Se trata
de un relato acerca de la tradición de los grafiteros, que muestra aspectos,
probablemente desconocidos para la mayoría de lectores, acerca de esta manifestación cultural urbana.
Sin embargo, la voz femenina de la narradora no es convincente, como tampoco lo
es el hecho de que ella parece superdotada y de que logra su cometido a pesar
de enfrentarse a antagonistas que, en una versión más realista, difícilmente habrían sido vencidos, así como
otros que, en un mundo veraz, quizá no la hubiesen acogido como lo hicieron.
Otro autor que sorprende, pues después de leer obras suyas centradas en la
precisión y elegancia del lenguaje, usa un estilo pobre, con anglicismos y
giros que no parecen suyos. Algunos de los personajes de esta historia no
quedaron bien desarrollados. Aunque hay momentos
en los que la narración es ágil y vertiginosa, algunos de estos momentos
corresponden a hechos inverosímiles, de aquellos que sólo parecen funcionar en
algunas producciones cinematográficas de héroes poco convincentes. Hay muchos
estereotipos que parecen sesgados y el fin último de la periodista que
investiga y persigue al grafitero más famoso y escurridizo de Europa tampoco es
convincente, tanto por lo sorprendente como por su desenlace.
Por último,
cerramos el ciclo con La biblioteca de los libros rechazados, de David Foenkinos, un libro sobre
libros, en el cual sorprenden gratamente las alusiones a lecturas previas,
propias o del grupo. Es la historia de varios
personajes interesantes, que resultan coprotagonistas de una trama en la que se
trata de descubrir el verdadero autor de una novela muy exitosa que aparece
enterrada en una pequeña biblioteca destinada a contener volúmenes que no
merecen ser leídos. Esa biblioteca, ubicada geográficamente en la bretaña
francesa, se inspiró en una biblioteca real, que a su vez se basó en una
biblioteca ficticia. El escritor norteamericano Richard Brautigan escribió en
1971 una novela en la que hizo referencia a una biblioteca donde los autores que nunca habían sido
publicados podían llevar sus manuscritos y dejarlos en estantes que nunca serían
visitados. Unos veinte años después, inspirada en esa historia, sería creada la
Biblioteca Brautigan, en el estado de Vermont, en EE.UU., la cual promovía la
remisión de manuscritos inéditos, pero, en
este caso, permitía el acceso del público a esos manuscritos. Por cuestiones
financieras, la Biblioteca Brautigan fue cerrada en 2005, y los manuscritos
fueron almacenados durante cinco años, cuando fue trasladada al estado de
Washington, EE.UU., donde aún funciona. Los libros de la Biblioteca Brautigan
eran sostenidos en los estantes por frascos de mayonesa (según se dice, una de las palabras favoritas
de Brautigan) y eran clasificados por
temas como Amor, Aventura, Guerra y Paz, Humor, Vida Callejera, Significado de
la Vida, Futuro, y otros, en un sistema arbirario de archivo conocido como el
Sistema Mayonesa.
La historia
presentada por Foenkinos es original y divertida, en ella se teje un misterio
literario que evoca obras que hemos leído y que han sido encumbradas por las
tretas del mercadeo…