miércoles, 12 de septiembre de 2012

Para ¿qué?



Hace menos de una semana terminó la decimocuarta versión de las justas deportivas en las que compiten personas con diversas discapacidades y obtienen logros que, aunque no superen los registros de los juegos olímpicos, suponen un esfuerzo quizá mucho más heroico.

Con aparente interés académico, no faltaron las recomendaciones lingüísticas en favor del término «paralímpico» y sus variantes, para describir en forma correcta todo lo relacionado con este evento.

Sin embargo, incluso desde versiones previas, como la de Barcelona, en 1992, el académico  Fernando Lázaro Carreter, con su habitual puntería, había lanzado uno de sus dardos en contra del uso del término de marras. En la recopilación de artículos  sobre el buen uso de las palabras, de Valentín García Yebra, quien a su vez cita a Lázaro Carreter, se explica cómo, para formar una palabra compuesta a partir del formante griego pará, se pierde la letra a cuando se antepone a un vocablo que comienza con vocal. Así, paratiroides conserva la a, como lo hace la tristemente célebre paramilitar

En los casos de otós, de oído, de donde se forma parótida, y ode (oda), de donde proviene parodia, se pierde la a, como lo dicta la norma morfológica. Esta norma indica que el término correcto debe ser parolímpico, no paralímpico, como lo acuñaron, con clara discapacidad lingüística, quienes participaron en el Acuerdo de Lausana, donde parece haber obtenido su patente de corso el neologismo, con todo y su incorrección, gracias a que dicho acuerdo tenía un claro tinte político, totalmente alejado de lo académico, por lo menos en lo que se refiere al uso adecuado del idioma.

Aparentemente, y sin mayor fundamento, alguien sugirió que el término inglés paralympic  (y su equivalente francés paralympique), provenía de la unión de Paraplegic  y Olympic, afirmación absurda, teniendo en cuenta que son muchas más las discapacidades que sufren quienes participan en estas competencias. García Yebra dice que en el enciclopédico Oxford English Dictionary, por lo menos en su edición de 1989, no aparece registrado paralympic. Sin embargo, y de manera sorprendente, aunque en años anteriores la RAE y la agencia EFE se han pronunciado en favor de parolímpico, esas mismas entidades, y otras más, como la fundación del español urgente (Fundéu), han dictaminado ahora que el uso apropiado es el etimológicamente incorrecto, paralímpico. Curiosamente, la última versión electrónica del Oxford  también recoge paralympic.

Aunque el tema parezca trivial, creo que no lo es. Si bien es cierto que el lenguaje evoluciona, no entiendo con esto que deba evolucionar deformándose o adoptando incorrecciones obvias, basadas en el uso o en el capricho de unos pocos. Otro tema es el de la transformación gráfica o adaptación de palabras en otro idioma para poder usarlas en español «oficial». En algunos casos sigo prefiriendo el uso de las itálicas que estas adaptaciones, pero siempre prima mi escogencia de una traducción sobre una transformación. Según la Fundéu, el avance de la vigésima tercera edición del DRAE recogerá baipás, con plural baipases, como adaptación del término en inglés bypass, y como alternativa al uso de palabras ya existentes en español, como derivación, desvío, etc.  Cosa similar sucede con la adaptación estent de la prótesis endovascular, que en inglés es stent, y cuyo uso sugerido espero que sea igual en plural. Lo que me parece más grave –y triste–, es que los académicos caigan en la trampa lingüística y nos dejen a los aficionados a las palabras con la sensación de que nuestra confianza en ellos ha sido traicionada.

No me canso de repetir el ejemplo del nombre de la especialidad que he escogido como forma de vida, a la que prefiero llamar radiología, pero que cada vez más tiende a llamarse «imágenes diagnósticas», por calco, imitación o sumisión del inglés diagnostic imaging.

Aunque la norma dicta que la manera correcta de combinar el formante imago con el sufijo  logía es que se pierda la o para llegar a imaginología, ésta es mucho menos usada que su contraparte «imagenología». Lo peor es que la forma morfológicamente incorrecta termina con aval académico, al ser incluida en obras enciclopédicas de referencia, como los más prestigiosos diccionarios, que son consultados para resolver éstas y otras dudas.

Entonces, todo este rollo del para– y el paro–, ¿para qué?