domingo, 20 de septiembre de 2020

Un año mas de lecturas, con sus interrupciones.

 

 

El ciclo anual siguiente a la celebración de una década de tertulias lo comenzamos con la lectura de Canción dulce, de la franco-marroquí Leila Slimani. Se trata de una historia catalogada como de suspenso, que comienza revelando el desenlace de una tragedia y su culpable. Esta es, por decir lo menos, una manera ingeniosa de presentar un crimen, el cual deja de ser un misterio desde las primeras líneas de la narración. En mi opinión, una novela de misterio es aquella que mantiene el suspenso durante la mayor parte de la narración, en la que se van revelando secretos, motivos y piezas de un rompecabezas, que al final resulte en una obra completa, coherente y, en lo posible, verosímil.

El misterio aquí es entonces el personaje central de la obra, la culpable, Louise, una niñera perfecta, que parece venir de otro mundo, quien llega en el momento preciso a la casa de un matrimonio joven con dos pequeños, Mila y Adam. La ocasión es propicia, pues Myriam, la madre, parece agobiada por la rutina doméstica y recibe una propuesta de regresar a la carrera de abogada que abandonó para dedicarse a sus hijos, mientras su esposo Paul seguía prosperando en su trabajo como productor musical. Aunque la novela se inspiró en hechos reales ocurridos en Nueva York, Leila Slimani la traslada a la sociedad parisina, donde se adapta y se hace perfectamente creíble, con un tinte social en el que se podría cuestionar el supuesto equilibrio que se plantea entre el poder, el afecto y la culpa, alrededor de un conflicto común en la vida moderna, como lo es la distribución de tareas entre las parejas con hijos. Al plantearlo desde una perspectiva femenina, Slimani introduce un cierto sesgo -para mí, innecesario- hacia que la culpabilidad es del hombre.

La pareja está de acuerdo en contratar a una niñera, con la exigencia explícita de Myriam (quien es de origen magrebí), de que no sea una mujer africana o marroquí, a quienes estigmatiza como faltas de interés por el bienestar de las criaturas. Por ello, la candidata Louise, de piel blanca y modales impecables, resulta contratada en cuanto concluye su entrevista, durante la que además se revela que los pequeños han empatizado mucho con ella. Poco a poco, Louise se vuelve imprescindible en esta casa. No solo cuida y quiere a los niños, sino que hace tareas que no le corresponderían como niñera, oficios domésticos para los que la pareja no encuentra tiempo. Louise mantiene la casa limpia y ordenada, prepara comida que todos encuentran deliciosa, lava y plancha la ropa y hasta arregla algunos desperfectos menores.

En un viaje de vacaciones en familia, deciden llevar a la niñera a las islas griegas, y se comienzan a revelar algunos secretos acerca de Louise, de cómo está insatisfecha con su propia vida de viuda, con una hija de unos 20 años a la que ha dejado de ver. También se descubre poco a poco que ella vive confinada en un pequeño apartamento donde reinan el desorden y la negligencia, opuestas a la imagen de pulcritud presentada ante la familia que la contrató.

Leila Slimani teje una narración centrada en la descripción de lo que pasa por la mente de Louise, y quizá de cómo se debería haber anticipado el desenlace con el que comienza la narración. Sin duda, su manejo del lenguaje es pulcro y detallado y su estilo es elegante, características que la hicieron que con esta novela fuera merecedora de uno de los mas prestigiosos premios de literatura en Francia, el Goncourt de 2016. Sin duda, la voz de Slimani nos presenta una canción, con un estilo armonioso, pero esta no es una canción de cuna, no es una canción dulce, sino un relato tenebroso. Aunque sabemos del trágico desenlace desde el comienzo, el mayor logro de Slimani en este relato consiste en mantener el misterio a medida que revela los antecedentes que llevaron a trastornar la mente de Louise, la niñera «perfecta».  

El 31 de octubre de 2019, falleció el sociólogo colombiano Alfredo Molano Bravo, reconocido por su actividad académica y periodística, en la que se destacan sus trabajos sobre el conflicto bélico tan arraigado en nuestro país. Como una especie de homenaje a su obra, escogimos de Alfredo Molano  Ahí les dejo esos fierros. Con  mas de una docena de libros sobre el conflicto armado colombiano, Molano presenta aquí las historias de seis personajes, o como él las describió en una entrevista sobre este libro, «tres parejas: una de los años cincuenta de la época de las autodefensas campesinas de 'Marulanda' y 'Jacobo Arenas'; otra del M-19 y otra de paramilitares.»

Sus personajes son creados a partir de entrevistas que él hizo, de las que toma aspectos comunes y aporta sus propias sensaciones, con el resultado creíble de personas que parecen haber vivido intensamente el conflicto desde su propio ángulo.

Así, muestra al ideólogo profesional de clase media, cuyas ideas revolucionarias se originan en las aulas universitarias, la enfermera que presta sus servicios voluntaria o forzadamente para atender a los heridos de distintos bandos y al militante de los grupos paramilitares. Estos personajes tienen en común la vivencia de la violencia, el desarraigo, la desmovilización y la cercanía con la muerte. Según Molano, su intención era no solo narrar desde la voz de los vencidos, sino aseverar que el conflicto, aunque no sea conocido o sufrido por todos, sigue vigente. Alfredo Molano presenta un texto con un mensaje moral y político, una óptica del país desde diferentes perspectivas, que incluyen la de los militantes de grupos guerrilleros y la de los paramilitares. Una desgarradora realidad que ha persistido durante muchos mas años de los necesarios, imaginados o imaginables. Una guerra que a veces parece extinguirse, pero que ha vuelto a surgir con nuevos métodos, nuevas promesas, nuevos sueños, como el de dejar atrás el peso de los fierros, esas armas que todos esperamos que sean imposibles de cargar.


Seguimos con la cuarta novela del escritor y periodista colombiano Cristian Valencia, Érase una vez en Chocó. Valencia presenta a su personaje John Soto, una especie de héroe, poco creíble, la verdad, supuestamente ligado al peligro desde siempre.  En esta, su primera aventura o «misión», emprende la búsqueda del padre de una vecina, perdido en el selvático departamento de Chocó, lugar estigmatizado con la imagen de miseria, abandono y corrupción,  pero también con historias de buscadores de oro y de grupos de poder, que incluyen soldados, traficantes y paramilitares. Lo hace con un estilo que evoca las historias del lejano oeste norteamericano, con sus sórdidos justicieros que terminan siendo protagonistas de historias truculentas. Solo que en esta historia, la aventura no es tan emocionante, los personajes no son tan interesantes y los desenlaces resultan sosos. Como cualquier héroe de novela barata, John Soto supuestamente encuentra inspiración en el amor. Es por amor ­–además de un interés poersonal– que emprende el viaje de búsqueda, y es «por amor» que recorre la selva y otros lugares, incluyendo huídas increíbles y coincidencias innecesarias. Al parecer,  algunas de estas situaciones deberían ser graciosas, con malentendidos que llevan a mas correrías y escapes, pero sin que el autor logre concretar este relato como una novela humorística.

Tampoco parecía necesario usar este departamento colombiano como escenario. Si el autor pretendía revelar la belleza natural o hacer una etnografía de la cultura local, tampoco parece lograrlo. Valencia no aprovecha este contexto para hablar del folclor local, ni siquiera para transportar al lector a un mundo distinto, por lo exótico o por la idiosincrasia de sus pobladores. El autor hace un intento por anotar cómo el jazz hace parte de ese entorno, pero tampoco lo logra, y simplemente hace mención a una voz y a una artista del jazz clásico, sin que estos detalles aporten a la aventura. Algunos personajes se parecen a los antagonistas de las novelas o de las películas de aventuras, pero muchos de los episodios de esta historia simplemente no resultan creíbles.

Evidentemente, no se trata de un texto que sirva para conocer al departamento del Chocó, lo cual refuerza, a mi parecer, la aseveración de que ese contexto era innecesario. Quizá lo único rescatable es un buen manejo del lenguaje, con algunas descripciones interesantes y metáforas bien logradas, pero con un desenlace que recuerda a esas películas de héroes inverosímiles que están diseñadas para segundas y terceras partes, incluso mas. Pero si esta primera aventura de John Soto es así de floja, no parece que este fuera a ser un nuevo Maigret, una versión colombiana del detective Poirot, ni mucho menos un Sherlock Holmes criollo. Parece predecible que Valencia escriba nuevas aventuras para este personaje, lo que no parece es que resulte interesante leerlas.

 

Como en otros años, hicimos un cambio drástico de escenario con la novela Ámsterdam de Ian McEwan, un prolífico escritor británico, que recibió el prestigioso premio Booker por esta obra, que se desarrolla en la sociedad londinense de finales de la década de 1990.

Cinco personajes se entrelazan en este relato, Molly Lane y cuatro de sus amores, uno de ellos George Lane, su esposo. Molly es descrita a través de los otros cuatro, pues la novela comienza con su funeral, tras un prolongado deterioro, que parece haber sido causado por la enfermedad de Alzheimer u otra devastadora dolencia. Los amantes previos fueron Clive Linley, un reconocido músico y Vernon Halliday, un periodista que dirige un periódico local, quienes tienen en común una larga y tortuosa amistad. Cada uno tiene una posición ética que termina enfrentándolos, a la vez que comparten su desagrado por el millonario marido de su examante, a quien ambos le reprochan –sin mayor justificación– el haber permitido que la enfermedad de la vivaz Molly hubiera progresado hasta dejarla completamente dependiente de él, un triste e inaceptable final para su querida amiga. El quinto protagonista es un amante mas reciente, Julian Garmony, un político conservador que aspira a ser primer ministro. Uno de los hilos del argumento es la aparición de una comprometedora fotografía de este político, tomada precisamente por Molly.

McEwan teje una compleja trama de intrigas y de posturas en las que prevalece una falta de ética que lleva a cada uno a juzgar –y traicionar–al otro. El autor va creando a cada personaje de manera meticulosa, y va mostrando poco a poco las características de sus personalidades, con muy detalladas descripciones sobre su manera de pensar. Al mismo tiempo, los va enredando en una red autodestructiva que se centra en el conflicto entre el músico y el periodista, claramente afectados por el desenlace de su querida Molly, que los lleva a replantearse lo que haría cada uno en caso de sufrir de una enfermedad similar a la que se llevó a su amiga, y cómo cada uno podría ayudar al otro a que una situación así fuera mas llevadera.

McEwan logra describir en forma creíble la personalidad de cada uno, su preocupación por su trabajo y su postura ética. Muestra cómo los dos amigos, el músico y el periodista, terminan enfrentados y buscan hacerse daño mutuo. Lo que no parece creíble es el desenlace, que se traslada a Ámsterdam –lo único que parece justificar el título de la novela– donde las mutuas venganzas pueden llevarse a cabo, sólo que de una manera que sorprende por la pobre y nada verosímil elaboración del final, cuando el resto del relato ha sido una muestra de una precisa filigrana que presenta gran atención a los detalles de las personalidades enfrentadas y de las escenas y posturas relevantes a esta historia. Sin duda, un excelente trabajo narrativo, una sátira pesimista sobre la amistad, que atrapa pero que defrauda con su final, aunque este desenlace también podría interpretarse como la revelación de una jugada maestra orquestada por uno de los protagonistas, que termina castigando el egoísmo de los demás.

 

La pandemia y el obligado confinamiento hizo necesario posponer nuestras reuniones de tertulia, cuya esencia siempre ha sido la presencialidad. Aunque la tecnología actual ofrecía la opción de la virtualidad, tácitamente estuvimos de acuerdo en no hacer estas lecturas sin el gusto de poder departir juntos, en un espacio que hemos construido precisamente para compartir un momento y un espacio alrededor de unos platos y unos vinos, con la excusa de haber leído todos el mismo libro. Así, aunque cada cual tuviese sus propias lecturas pendientes, esperamos a que pudiéramos encontrarnos antes de seguir con nuestras reuniones. Como resulta obvio, esto afectó el número de libros leídos en este ciclo anual.

 

El último libro reseñado es el de un viejo conocido, el autor colombiano Evelio Rosero, de quien escogimos Mateo Solo, una de sus primeras novelas. Hace parte de una trilogía, de la que ya habíamos leído Juliana los mira. Estos libros tienen en común una mirada infantil, pues Mateo es también un niño que observa al mundo desde la soledad.

Este niño de diez años es abandonado por su madre junto con su media hermana adolescente, quien parece sufrir de un trastorno mental. Con la falsa promesa de que van a estar mejor, la madre los deja con la tía Cecilia, descrita como una bruja de pesadilla infantil, quien los recibe pero nunca los acoge. Ella vive en una ciudad fría y lluviosa y es la proveedora –gracias a la escasa pensión de su trabajo en el banco– de la fría casa que habitan, junto con la abuela enferma, postrada en cama, y con Pastora, que resulta siendo hermana de la tía Cecilia.

El abandono de parte de la madre, que se ha librado de su responsabilidad al dejar a sus hijos con una hermana que no los quiere, es determinante para la la soledad de Mateo. La carencia económica también es un evidente motivo de sufrimiento, pues Mateo se encuentra también con el hambre, que en ocasiones logra superar, gracias a que la tía Pastora, otra especie de bruja jorobada, le profesa cierto cariño. Pastora es la encargada de la cocina y le permite compartir algunos bocados de arroz, que consumen juntos y a escondidas en las noches. Comen con las manos, para evitar el ruido de los cubiertos que podrían despertar a los demás.

La ensoñación de los niños es presentada mediante la voz de Mateo, quien ha tenido que madurar forzosamente. Su hermana se rindió, y Mateo siguió el consejo de la abuela de no volver a hacerle caso, ignorarla, lo cual profundiza la soledad del niño. Mateo no puede comunicarse con su único amigo, pues la tía Cecilia ha decidido dejar de pagar por el servicio telefónico, lo cual lo aísla mas en ese infierno frío que es la casa. Mateo sigue siendo un niño, que ha leído las aventuras de Simbad el marino, pero también revela que ha sido abusado por la tía-bruja Cecilia, quien lo ha obligado a acostarse sobre ella, ejemplo que luego ha seguido Pastora.  De ahí que cuando Mateo escapa con sus compañeros del colegio al «cine de hombres», no parece afectarse por las escenas pornográficas, pues a diferencia de ellos, Mateo ya conoce lo que tienen las mujeres entre las piernas. La abuela descubre el abuso sobre Mateo, pero sólo atina a decirle que se escape de la casa. Pero Mateo no logra salir y queda condenado a un encierro en el que no le queda mas remedio que gritar y esperar a que alguien lo oiga y lo ayude.

A medida que se acaba gradualmente el distanciamiento obligatorio, comienzan a aparecer nuevas historias y relatos. Esperemos que no regrese el confinamiento y que podamos seguir con nuestras tertulias, que tanta falta y tanto bien nos hacen.