sábado, 8 de octubre de 2016
Lo leído, ¿quién nos lo quita?
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Lo leído, ¿quién nos lo quita?
Lo leído:
Intimidad de Hanif Kureishi
Los Niños de Carolina Sanín
La Carroza de Bolívar de Evelio Rosero
La Pasión Según G.H. de Clarice Lispector
El Libro de las Ilusiones de Paul Auster
La Guerra Perdida del Indio Lorenzo de Rafael Baena
Así Empieza lo Malo de Javier Marías
La Cena de Herman Koch
La Amiga Estupenda de Elena Ferrante
Hombres Buenos de Arturo Pérez Reverte
Homero, Ilíada de Alessandro Baricco
El Viaje de las Botellas Vacías de Kader Abdollah
Lo que no nos pueden quitar:
Comenzamos con una obra de un inglés de ascendencia pakistaní, Hanif
Kureishi, titulada Intimidad. Kureishi nos ofrece ofrece un relato crudo,
incorrecto, realista y sin disimulos ni cuidado con lo que se expresa,
alrededor de la idea de un abandono. Un personaje inmaduro, escritor y
guionista cinematográfico, decide abandonar una relación familiar en busca de
un supuesto progreso personal. El relato llega a ser reiterativo, quizá como el
reflejo de las vueltas que el personaje le da en su cabeza a la dudosa convicción
de que debe abandonar a su esposa e hijos. Comienza de manera intensa, pero a
medida que el personaje reflexiona acerca de su impulso, quizá con los matices
de la culpa y la inmadurez de su decisión, el narrador comienza a enredarse en
detalles innecesarios o irrelevantes para la historia. Como su nombre lo
indica, se trata de un relato íntimo cuyo desarrollo es lento, reflejo de la
insatisfacción y la rutina agobiante en que supone que se ha convertido su
propia vida.
Pasamos a la lectura de Los
Niños, de la escritora, columnista y profesora de literatura bogotana, Carolina
Sanín. Sanín nos presenta una historia extraña, a la que es difícil seguirle el
hilo, quizá porque no lo tiene. Nos muestra la soledad de una mujer mezclada
con la soledad de un niño que aparece de manera misteriosa y poco creíble en su
vida, con los esfuerzos de ella por imponer una relación sin que parezca tener
las herramientas para entablarla. En algunos aspectos parece tener sustento en
una investigación superficial acerca de los procesos burocráticos relacionados
con la adopción en Colombia, pero en otros aspectos la escritura resulta pobre
y sin adecuado desarrollo. Hace una referencia a Moby Dick que parece, a lo sumo, tangencial, pero a la vez parece suponer
que sus lectores deben haber estudiado a Melville en profundidad. Sorprenden
las reseñas tan elogiosas para un relato que a veces se pierde en sueños o
alucinaciones personales que en nada aportan a la historia, y que haya sido
comparada con un cuadro de Hopper por su supuesta representación de la
contemplación personal. Aunque se espera que todo libro tenga sesgos personales
del autor, cuando proliferan los detalles que no parecen necesarios o creíbles,
la historia pierde rumbo e interés. El libro puede ser el reflejo de los
momentos de lucidez o confusión de la autora. En él se encuentran pasajes de
difícil comprensión, mezclados con algunos fragmentos bien contados, pero que
resultan en una historia que no satisface ni deja mucho en este lector.
Seguimos con otro bogotano, el reconocido escritor Evelio Rosero, con
la obra que fue galardonada con el Premio Nacional de Novela del Ministerio de
Cultura en el año 2014, La Carroza de
Bolívar. Se trata de una arriesgada y profunda investigación que, a través
de una elaborada narración, resulta en un paralelismo entre el momento político
vigente en el país y algunos apartes no muy conocidos de la historia del paso
de Bolívar por Pasto. Una «desmitificación» de Simón Bolívar que causa
controversia entre los historiadores y promotores de la imagen del Libertador
como héroe. En esta novela también hay un paralelismo entre el ambiente de
carnaval y la farsa de la memoria histórica.
Se revela el desengaño con la versión histórica que presenta a Simón
Bolívar como un héroe, y la intención de revelar públicamente, en el marco de un
carnaval burlesco, los resultados de una investigación acerca del verdadero
papel de este personaje en la historia del país. La imagen de ese libertador es
defendida desde diferentes perspectivas, tanto la oficial, representada por la
alcaldía, como la subversiva, representada por los guerrilleros. En medio del
carnaval con que comienza el año, aparecen los disfraces de la estupidez, en
forma de asnos que finalmente terminan a patadas con el autor de la carroza de
la discordia, con la que se pretendía revelar a Bolívar y a sus actitudes
abusivas y poco heroicas con la gente de Pasto. Una muy interesante, poco
conocida y bien contada faceta de la historia nacional.
La brasileña de origen ucraniano Clarice Lispector es la autora de La pasión según GH.
Un relato que carece de hilo conductor, quizá demasiado íntimo y
probablemente tan personal que no parece haber sido pensado para el público
sino como una especie de diario. La advertencia de la autora al comenzar el
libro hace suponer que no era de su interés que muchos lo leyeran: «Este libro
es como cualquier libro. Pero me sentiría contenta si lo leyesen únicamente
personas de alma ya formada». A lo cual cabe añadir que es un libro para unos
pocos, para los que se atreven a contemplar el abismo de un ser que se encierra
en sí mismo para reconocer su propia repugnancia, a través de una serie de
reflexiones personales de difícil comprensión.
La referencia de la cucaracha y el líquido blanquecino que se revela al
aplastarla le ha dado un matiz kafkiano a este relato que, como la impresión que
suele asociarse al insecto, termina en las ganas de no tener nada que ver con
él.
Del norteamericano Paul Auster leímos El Libro de las Ilusiones. Una trama de finales de los años ochenta
en la que narra la depresión en la que cae un profesor universitario luego de
perder a su esposa e hijos en un absurdo accidente. En medio de su tristeza,
descubre la película de cine mudo de un desaparecido actor, que además de ser
el primer momento de risa luego de varios meses de tristeza y desolación, logra
despertar su interés por investigar acerca de su biografía, hasta el punto de
convertirse en experto en la vida y obra este actor, un tal Thomas Mann. Como en otras de sus obras, Auster desarrolla
extensamente a un personaje ficticio, y usa personajes que se aíslan del mundo
para reaparecer luego de muchos años. Se trata del relato de varias vidas en
busca de ilusiones. Cada personaje tiene una dura historia y una historia de la
ilusión de una reivindicación consigo mismo. Los personajes principales son
ampliamente desarrollados y las descripciones a las que nos ha acostumbrado
Auster son muy detalladas. Como el actor de cine cuya biografía es el hilo
conductor de la novela, la trama resulta de tinte cinematográfico, para que al
final, como las historias dentro de la historia que abundan en la novela, el
hilo conductor se entrelace con uno de esperanza o de ilusión.
Rafael Baena fue un escritor, periodista y fotógrafo sincelejano, de
quien leímos La guerra perdida del indio
Lorenzo. Centrada en el momento histórico de la separación de Panamá de
Colombia, la narración comienza con una carta donde se revela el papel de un
poco conocido personaje de la historia nacional, Victoriano Lorenzo, un general
indígena panameño y su importante participación en la Guerra de los Mil Días.
Un relato detallado en la que resalta el excelente uso del lenguaje por parte
del autor, además de su profundo conocimiento de la historia del país. Como
suele suceder con las reseñas históricas –o con las novelas de tinte histórico-
se revela cómo se repiten los errores que han llevado a las guerras y cómo no
parece que quede lección alguna de esos conflictos, que resultan en un parecido
sorprendente con la actualidad nacional, donde se hace evidente la torpeza de
la clase política para dirigir a una nación.
Pasamos a la lectura de Así
empieza lo malo, de un viejo conocido de nuestra tertulia, el madrileño Javier
Marías, quien ocupa el sillón de la «R» como miembro de número de la Real
Academia Española, lo que da cuenta de la prolijidad con la que escribe. Otra
historia llena de detalles y de personajes extensamente desarrollados, con
historias entrelazadas alrededor del misterio acerca de una relación de pareja
que se ha dañado por un secreto mal guardado, o revelado de manera tardía e
inoportuna. El título hace referencia a una frase de Shakespeare «Así empieza
lo malo y lo peor queda detrás» (Thus bad
begins and worse remains behind), que a su vez se refleja en que siempre, a
pesar de los malos momentos, hay esperanza de mejorar. Otra historia en la que
uno de los personajes centrales tiene que ver con la industria del cine, quizá
como analogía del manejo de las ilusiones representadas en el séptimo arte. Este
director de cine no puede verlo todo con la claridad que supone su oficio, pues
lleva un parche en un ojo que, como mínimo, compromete su visión binocular, sin
hablar de los puntos de vista que se ha perdido a lo largo de su vida. Un relato que está relacionado con la historia
de España, en la que hubo momentos en que fue necesario callar para sobrevivir,
callar lo que se sabe y vivir una verdad individual e íntima que puede ser muy
distinta a la vida que se muestra. En un mismo entorno familiar, las historias
personales pueden tener versiones muy distintas según lo vivido por cada cual y
según las necesidades de cada uno, con matices y secretos que pueden conocerse,
pero de los cuales no se habla. Al final, luego de la aparente necesidad de
usar tantas palabras, lo más importante puede ser no usar las palabras,
mantener un tácito silencio que hace que no sea necesario revelar lo que se sabe
ni explorar cuánto se sabe.
Como en otros años, saltamos de un país a otro con nuestras lecturas,
que además nos han llevado a viajar por el tiempo. De Holanda, el autor y actor
Herman Koch, con su éxito de ventas La
cena, que ha sido traducida a una veintena de idiomas. Una oscura historia de
los tiempos modernos, basada en un hecho real ocurrido en España, donde unos
muchachos prendieron fuego a una indigente que dormía en un cajero automático.
Muestra la sociopatía como una mezcla de factores externos e internos que
forjan este tipo de personalidades. Sugiere un factor biológico predominante,
casi como una excusa para no asumir la responsabilidad por la violencia de un
padre que al principio se muestra preocupado por los actos de su hijo, pero que
poco a poco se revela como un personaje violento e intolerante. Ambientada en
un restaurante lujoso, que además es criticado severamente por uno de los protagonistas,
la novela muestra una reunión de dos hermanos con sus esposas, que discuten
acerca del futuro de sus hijos. Es una crítica a la ética de creciente vigencia,
a algunos modelos educativos y a la postura que justifica los medios para
alcanzar cualquier fin, a la vez que critica al resurgimiento del racismo en
Europa. Aunque es poco creíble que se haya escogido un restaurante como
escenario para tratar temas privados y de gran trascendencia, es precisamente
ese escenario el que permite presentar la idea de una supuesta familia feliz,
pero claramente disfuncional, que enmarca la discusión de un asunto de gran importancia
en un contexto artificial. Aunque por momentos la narración se pierde entre
saltos temporales, es capaz de describir con detalle la frialdad de sus
personajes y su postura calculadora, que lleva a una violencia que, a lo largo
de la narración, pasa de ser soterrada a convertirse en una manifestación
explícita y cotidiana.
Recientemente se reveló que Anita Raja es la supuesta verdadera
identidad de Elena Ferrante, de quien leímos la primera de una larga tetralogía
de relatos de dudoso interés, aunque de indudable éxito en ventas. La amiga estupenda es una historia
inconclusa de costumbrismo napolitano, una muy extensa narración que no se
resuelve en este tomo, y muy probablemente tampoco llegue a un cierre en el
segundo ni en el tercer volumen de esta larga historia de la amistad entre dos
mujeres, que comienza en su niñez. Dos amigas con una aparente relación de
dependencia mutua en un ambiente relativamente violento, el del Nápoles de
mediados del siglo veinte, pero más precisamente el de uno de los barrios
pobres de esa ciudad. La autora es cuidadosa en sus extensas descripciones y «atrapa»
con la idea de que una de las protagonistas, ya adulta, ha desaparecido,
oportunidad que sirve para que la otra cuente la historia de su amistad y se
remonte a la época de su niñez. El extenso relato muestra unos pocos años de la
niñez tardía y adolescencia de estas dos amigas, que tienen en común su
espíritu competitivo y su ilusión, a veces compartida, de poder salir de su
barrio hacia un mundo mejor. Pero la narración también parece una trampa
comercial, en la que se obliga al lector a comprar el siguiente volumen si
quiere conocer el desenlace de la historia de estas niñas. Tanto es así, que al
final del primer tomo, hay un adelanto del siguiente, como en las «sagas» de
las películas recientes, que incluso recurren a contar sus historias en
desorden, donde la siguiente película pueda ser situada antes de la historia ya
revelada, con el único fin de conseguir ingenuos que puedan estar interesados
en los hechos que supuestamente
ocurrieron antes, truco conocido como «precuela». No se puede negar que
la prosa tiene puntos de interés, pero tampoco que tiene apartes cuyos detalles
y extensión resultan agobiantes y probablemente innecesarios. Digo
probablemente, pues queda la sospecha de que algunos de ellos sean aprovechados
en los siguientes tomos, lo cual no me causa el interés suficiente como para
averiguarlo.
Seguimos con otro español, el periodista y novelista Arturo Pérez
Reverte, también conocido en nuestro grupo de amigos lectores y reconocido por
su prolífica obra y también por el cuidadoso uso del idioma. Otro miembro de la
Real Academia Española, que ocupa el sillón de la «T» en esa antigua institución
dedicada al cuidado del idioma español, cuyo lema, que da cuenta de su interés por
proteger la lengua, reza: «Limpia, fija y da esplendor». Precisamente, Hombres buenos es un relato hábilmente
construido para darle verosimilitud a un episodio histórico relacionado con la
Real Academia Española. Con detalles que tienen sustento en documentos reales,
Pérez Reverte fabrica una historia en la cual sus protagonistas resultan
completamente creíbles, dos personajes disímiles a quienes se les asigna la curiosa
misión académica de conseguir en París un ejemplar completo de los veintiocho
tomos de la Enciclopedia de D’Alembert, obra de la razón considerada prohibida
en ese momento. La trama consiste en creer que los personajes realmente
existieron y que la novela se basa en hechos y no en la ficción. Con alguna escasa
información cierta, el autor crea una obra que parece tener el peso de la
documentación –también inventada- que es coherente con el momento histórico en
que se desarrolla. Pérez Reverte utiliza con maestría el recurso de recordar al
lector que está leyendo una obra de ficción, y acude a la técnica de la
metanovela, en la que el autor revela algunos de los detalles de su propio
proceso creativo para lograr contar esta historia, donde también inventa obras
suyas que no ha escrito, con títulos sugerentes que invitan a buscarlas o a
esperarlas, al encontrar que no existen. Esto hace que la novela pueda ejecutar
saltos temporales acrobáticos entre el supuesto momento histórico de 1781, y
los tiempos modernos, en los cuales el mismo Pérez Reverte (o quienquiera que
sea el narrador) cuenta de sus viajes en busca de los caminos españoles y
franceses que pudieron recorrer estos supuestos personajes históricos en su
misión bibliográfica. La técnica de las historias paralelas evoca a aquella
película de 1981, La esposa del teniente
francés, que muestra una relación tormentosa de la época victoriana,
entremezclada con el drama que surge durante la filmación de esta misma
película entre los actores modernos que la protagonizan. Con la habitual
pulcritud de su prosa, no sorprende que Pérez Reverte haya logrado una
convincente estampa de la época, ni que sus personajes, también académicos de
la lengua, se expresen con tanto gusto y con tanto cuidado por el idioma español.
En la novela hay varias historias dentro de la historia principal, cada una
bellamente elaborada, con las que el autor logra una mezcla balanceada entre
ficción y realidad que resulta en una obra muy entretenida.
Alessandro Baricco, el novelista, dramaturgo y periodista italiano que
también hemos leído antes, se embarcó en la idea de hacer una lectura pública
de La Ilíada de Homero. Pero la épica
obra original no fue escrita en un lenguaje sencillo o que sea fácil de
comprender para todos. Baricco emprende una tarea titánica y loable, la de
llevar esta epopeya griega del siglo séptimo antes de Cristo a una versión moderna,
en la que conserva los personajes principales y les da voz propia, con un
lenguaje que remplaza la técnica poética del verso hexámetro por una prosa
centrada en el histórico conflicto. Homero,
Ilíada es una historia necesaria, que muestra lo que ya sabemos: que la
historia se repite. Esta narración bélica muestra cómo la violencia hace parte
de la naturaleza humana. En un momento en el que se viven en el país
diferencias de opinión entre la pertinencia de un proceso de paz y la necesidad
de obstaculizarlo, parece oportuna la lectura de esta historia de una larga
guerra, de las trampas y engaños que la perpetuaron y de las caprichosas
posiciones personales que la alimentaron.
Este ciclo anual de páginas se cierra con la obra de un exiliado político
persa en Holanda, el físico y escritor Hossein Ghaemmaghami Farahani, quien
adoptó el seudónimo Kader Abdollah, el cual corresponde a los nombres de dos de
sus amigos en Irán que fueron ejecutados por oponerse al régimen de los
ayatolas. Su primera novela en idioma
holandés, El viaje de las botellas vacías,
narra la experiencia de un joven iraní que emigra a Holanda y sufre las mismas
dificultades que tuvo el autor al enfrentarse a la cultura occidental y a una
lengua muy distinta a la suya, que lucha por aprender para ser entendido en el
idioma que ahora es local. Es la historia de un exilio personal, obligado, con
su consecuente desubicación. Es un viaje que no tiene sentido ni tiene clara
explicación, y que se parece a la colección de botellas del abuelo, que, a
pesar de contar con una anotación en su etiqueta que trata de reseñar el motivo
para haberlas vaciado, la ocasión para haberlas bebido, después de mucho tiempo
de estar almacenadas –como los
recuerdos– dejan de tener sentido y resulta imposible leer sus etiquetas o reconstruir
su importancia. El joven iraní llegó a
una cultura que no logra comprender, y, a la vez que pierde gradualmente su
relación con la única persona de su mismo origen en el pequeño pueblo holandés
donde vive, que es su esposa, entabla una relación que quiere considerar como
una amistad. Cuando cree haber encontrado esa amistad, también la pierde. Los
problemas de comunicación no son solo transculturales, como lo ejemplifica el
hecho de que otro de sus «amigos» prefiere comunicarse por radio con anónimos
distantes que con quien se encuentra en su casa. El exiliado termina por
olvidar el origen de su viaje y de su vida, y queda atrapado en un mundo
extraño, donde encuentra que hasta la luz del sol es distinta a la de su país
natal, con una vida vacía, como las botellas del abuelo.
Este viaje anual de páginas leídas comienza de nuevo, con el ánimo
renovado por la curiosidad hacia los mundos nuevos por conocer…
martes, 12 de julio de 2016
El ojo del toro
Divagaciones lingüístico-mitológico-astronómico-literario-musicales alrededor de un término descriptivo en inglés (bull’s eye), con frecuencia traducido erróneamente como «ojo de toro».
Aldebarán es uno de los más antiguos nombres de origen árabe usado en
occidente para llamar a una estrella, utilizado aproximadamente desde el siglo X. Al-dabarān,
que posiblemente significa «el perseguidor»
(no confundir con el cuento del mismo nombre, escrito por Julio Cortázar, en el
que su personaje principal, Johnny Carter, persigue el sentido de su existencia
a través de su música, en una clara alusión al insigne saxofonista Charlie
Parker), hace referencia a su aparente seguimiento del grupo estelar conocido
como Las Híades.
Hay cierta confusión alrededor de los mitos que explican algunos de
los personajes que llegaron a ocupar un digno lugar en la esfera celeste. Así,
las Híades, hijas de Atlas y Etra, son medio hermanas de las Pléyades, también
hijas de Atlas, pero esta vez con Pléyone, y se encuentran todas en la misma
región del cielo nocturno, junto con
Aldebarán, que corresponde a la estrella principal de la constelación
del toro, y equivale, para algunos, al ojo enrojecido de este furioso animal,
el ojo del toro. Este animal logró su lugar en el cielo gracias a que el dios
Zeus, en una de sus muchas salidas amorosas, se disfrazó como un toro blanco y
manso, con el único fin de acercarse y raptar, con intenciones no muy mansas, a
la bella princesa Europa. Otra leyenda cretense hace referencia al monstruo
mitad toro y mitad hombre, supuestamente hijo de Minos, el minotauro, a quien
Teseo dio muerte.
En dimensiones astronómicas, el que algunas estrellas estén «juntas»,
no significa que sean vecinas. La estrella Aldebarán está a unos 65 años luz de
Las Híades, aunque desde nuestro punto de vista parezca posible que una persiga
a las otras.
A propósito, años luz es una
medida de distancia, no de tiempo. Se refiere a la distancia que es capaz de
recorrer la luz, a sus casi 300,000 km por segundo, en un año. Por ello,
referirse a un retraso tecnológico en «años luz» no tiene mucho sentido, pues
significaría algo distante (más de unos cientos de miles de millones de
kilómetros), no algo para lo que hace falta esperar un tiempo.
Pero volvamos a la región donde se encuentra la constelación Tauro,
que es de gran importancia para los astrónomos y de gran belleza para los
aficionados. Por su transcurrir aparente a lo largo de la línea conocida como
la eclíptica, es común que puedan verse los planetas en este vecindario celeste,
el mismo por donde también se mueven las demás constelaciones del bestiario
imaginario conocido como zodíaco. En esa región del cielo se encuentra una de
mis constelaciones favoritas, la de Orión, el cazador. Por su condición
mitológica, también parece carecer de sentido cualquier atribución o supuesta
capacidad de influir sobre nosotros que se haga a los gigantescos acúmulos de
gases que corresponden a las estrellas que sólo desde nuestro punto de vista
adquieren formas diversas.
La historia de las mujeres que escapan de la persecución es común a
diferentes culturas. Así, para la tribu indígena norteamericana Kiowa, Las
Pléyades (constelación que para los japoneses se llama Subaru, lo que explica
el logotipo estrellado de esos automóviles) escapaban de un oso, y fue la Tierra
la que ayudó a elevarlas al cielo. Los vestigios de esta leyenda corresponden a
una montaña conocida por esos indígenas como Mateo Tepe, que hoy parece corresponder a La Torre del Diablo en el estado de Wyoming. Algunos especulan que
los aztecas alinearon su Pirámide del Sol con Las Pléyades. Como podría
esperarse, los egipcios también observaron con interés este acúmulo de
estrellas.
Diana, la diosa cazadora de la mitología romana, fue quien ayudó a
estas mujeres a escapar de su cazador, Orión, conviertiéndolas en palomas. Al
centro de la diana o blanco usado para practicar la puntería, se le conoce en
inglés como bull’s eye, mientras que
en francés hace referencia a un buey, oeil
de boeuf. Se ha relacionado el uso de esta expresión con la arquería, con
la supuesta práctica de usar cráneos de vacunos para tratar de dar en el ojo de
los mismos, como señal de buena puntería. En inglés se usa también para
denominar otros objetos cuya forma
semiesférica podría recordar a la del ojo de ese animal. En inglés
parece encontrarse desde el siglo XIX en referencia a piezas de vidrio usadas
en lentes y lámparas, así como a algunas claraboyas y ventanas circulares de
los barcos, que también conocemos en español como «ojos de buey».
La expresión bulls’eye o bullseye, escrita como una sola palabra,
se usa en inglés para significar que se ha «dado en el blanco», no solamente en
forma literal, como en los polígonos de tiro, sino como sinónimo de atinar o
como analogía de un objetivo que se logra tal y como se había planeado, cuando
se ha resuelto un problema, o con el significado de algo exitoso. Sin embargo,
como es obvio, en español nunca se dice «ojo de toro» como alternativa a diana,
blanco u objetivo, o como sustituto para la expresión «dar en el blanco» o sus
variantes.
En el argot de las imágenes diagnósticas, a veces nos encontramos con
lesiones cuya apariencia es la de estructuras concéntricas de diferente tono en
una escala de grises, que recuerdan, precisamente, a un tiro al blanco o una
diana.
En inglés y en español, se refieren a lo mismo, sólo que no se dicen
igual, ni se deben traducir literalmente. Del español blanco, diana o tiro al
blanco, podemos decir target o bullseye en inglés; del inglés bullseye no se puede llegar, sino como
muestra de ignorancia idiomática, al ojo del toro.
Lecturas recomendadas
Hewitt-White, K: Patterns in the Sky. An introduction to stargazing.
New Track Media LLC. Sky Publishing, Cambridge 2006.
Hewitt-White, K. The Pleiades: a star cluster for everyone. Nightsky
2004; 1:30-34.
Flanders, T: The Bull of Heaven. Nightsky 2004; 1:20-22.
Kunitzsch P, Smart T: A Dictionary of Modern Star Names. New Track
Media LLC. Sky Publishing, Cambridge 2006.
McDonald M: Tales of the Constellations. The myths and legends of the
night sky. Michael Friedman Publishing Group, New York, 1986.
http://www.
domingo, 24 de abril de 2016
Fe y ciencia
Reflexiones desde una postura agnóstica sobre la relación entre ciencia
y creencia.
«Los
problemas a los que nos enfrentamos no pueden ser resueltos con el mismo nivel
de inteligencia o de imaginación que los crearon». - Albert Einstein.
La fe y la ciencia requieren de niveles de imaginación superior y
mutuamente excluyente. No es imaginativo ni original cambiar de idea o
convicción; de hecho, para algunos puede parecer ridículo que un creyente de la
fe cristiana termine eliminando un concepto mesiánico al convertirse en un
convencido de la religión judía. Con el estado de las relaciones entre musulmanes,
cristianos y judíos (por mencionar sólo algunos grupos de fe), resulta casi
humorístico descubrir miembros de esas creencias que se trasladan impunemente
de una fe a la otra, incluso con fervor.
Tampoco es necesariamente contradictorio tomar porciones de distintas
creencias para satisfacer una necesidad religiosa o científica. Sin embargo, me
resulta sorprendente que existan científicos que sugieren que la fe no excluye
la ciencia y que se puede ser científico y religioso a la vez. A pesar de
trabajar con base en evidencias reproducibles, hay científicos para quienes las
apariciones y milagros tienen la misma validez que las observaciones juiciosas
en ambientes que pretenden ser estrictamente controlados, como los de un
laboratorio.
Los textos que rigen a las creencias no fueron escritos con fuego ni
sobre piedra y fueron creados por personas. Sugerir que no se pueden tomar como
analogías, ejemplos o parábolas, puede imprimirles una connotación de
inverosimilitud que puede ser contraproducente, al hacer más difícil separar la
mitología de la religión. Que un dictamen no se pueda controvertir puede hacer
más fácil que se dude de él. Por otra parte, si una prueba resiste la
controversia, puede hacerse más fuerte su veracidad. Los textos que fundamentan
los hechos tampoco son definitivos, y fueron creados por personas. Sugerir que
la ciencia no ha tenido fallas y que sus teorías siempre son incontrovertibles es
también inverosímil. ¿Se pueden entonces, tomar principios y creencias para
sustentar hechos y convicciones?
La ciencia es prejuicio. No es posible sino lo que se demuestra o se
prueba. Ver para creer no siempre
aplica, pues hay fenómenos reproducibles que no vemos. El corolario es la
demostración teórica, que puede confudirse con la premonición. Hay mentes que
han sugerido teorías que en su momento fueron descartadas por extravagantes o
imposibles, pero que luego fueron verificadas, cuando la tecnología lo ha
permitido. En esos casos, no ha hecho falta recurrir al ilusionismo o a los
trucos de magia; el tiempo ha sido el que ha ayudado a determinar que algo sorprendente
o inverosímil pueda resultar obvio.
La fe es prejuicio. Ver para creer
resulta una necedad. No hay necesidad de argumentos reales, aunque
ocasionalmente se presenten posturas teóricas que parezcan abiertas o
reflexivas, o instancias donde parecería haber espacio para la duda. Todo es
posible.
La ciencia es ciega, la fe reveladora. Un científico no religioso puede
estar cerrando sus ojos para evitar ver la luz. No es original, ni parece muy
imaginativo.
La fe es ciega; la ciencia reveladora. Un científico religioso es como
un voyerista ciego. Tampoco es muy original, pero ciertamente es imaginativo.
lunes, 21 de marzo de 2016
Día de la poesía
El 21 de marzo es el día mundial de la
poesía. Desde tempranas horas, circulan ejemplos de cientos y miles de poemas
que dan cuenta de la relevancia de este género literario. De Jaime Sabines:
El Peatón
Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las
fiestas,
alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un
gran poeta.
O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente,
valioso.
O simplemente, pero realmente, un poeta.
Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla!
Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla!
¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran
poeta!
Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido.
Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido.
Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se
da cuenta
de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una
estrella
en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que
les salga
de las orejas?
¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar
¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar
en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como
cualquiera,
de peatón.
¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.
Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila.
¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.
Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila.
Hay poemas para toda ocasión. En el
calendario, como en la vida, hay un día para cada cosa. Y, también como en la
vida, hay muchas cosas para cada día. En el santoral católico, el 21 de marzo
corresponde por lo menos a nueve personajes, cuyas historias pueden encontrarse
en la red, para los interesados: San Nicolás de Flüe, San Serapión el
Escolástico, San Jacobo el Confesor, San Endeo, San Juan de Valence, San
Agustín Zhao Rong, los Beatos Tomás Pilchard y Mateo Flathers, y la Beata
Benita Cambiagio Frassinello, según una de muchas fuentes al respecto.
Por ello, algunos días se conmemoran,
celebran o recuerdan varios eventos, enfermedades, profesiones o personajes. Algunos
son mundiales, otros cambian de país a país. Por ejemplo, en Colombia, se
agrupan el 4 de octubre las celebraciones de dos oficios que pueden tener
puntos en común o ser diametralmente opuestos, según como se miren: el día del
mesero y el del poeta. Se celebran los oficios comunes, como el de la secretaria,
el del locutor y el del maestro, pero también otros, quizá olvidados, excepto
en su día: el del vendedor, el del cronista deportivo, el del vigilante, el del
profesional funerario, el del fotógrafo y el día del negociador internacional.
Los hay para casi todos los diagnósticos,
sin importar si son comunes o no, como el cáncer, el glaucoma, la salud prostática,
el linfoma, la rabia y la depresión. También hay un día mundial del celíaco, y
uno de la retinosis pigmentaria, así como uno de las personas sordas y hasta
hay un día mundial del enfermo, que me imagino que acoge a quienes no tengan su
propio día, quizá para darle una nueva oportunidad a los sobrevivientes al día
de su dolencia para volver a congregarse para celebrar o hacer que los demás
tomen conciencia de su enfermedad.
Curiosamente, se escogió la misma fecha
para el día de la salud mental y el día contra la pena de muerte…
Cada miembro de la familia, comenzando
por la madre, tiene su día: el padre, el niño, la niña, pero también el de la
mujer y el del hombre, así como el de la juventud, el del soltero, el del niño
africano, y, por supuesto, el día de las familias. Casi no hay profesión u
oficio que no celebre su día, aunque muchos tengan visos de comercio y sean
sólo una excusa para comprar o repartir regalos. Para los casos de consumismo
exagerado, tenemos el día de los derechos del consumidor, así como el día de no
comprar nada o Buy Nothing Day –BND,
este último en contra de mis principios y creencias…
Tenemos días puramente lúdicos, como el
del tango, el de los museos, el de la danza, el de la felicidad y el de la
diversión en el trabajo, pero también el día del beso, el día internacional del
Jazz, que se celebra el 30 de abril, el de la amistad y el del orgasmo femenino,
entre otros.
Hay varios días relacionados con la
tecnología de las comunicaciones, como el día de internet, pero también el de
internet seguro y el día de la protección de datos. En una categoría de días
tecnológicos debe incluirse, sin duda, el de los vuelos espaciales tripulados.
Algunos días podrían clasificarse en la
categoría ecológica, como el día de los océanos, el de las montañas, el del
sol, el de las tortugas marinas, el del árbol, el de la Tierra y el día mundial de
la nieve. No estoy seguro de cómo clasificar el día del sushi, probablemnte en
una categoría gastronómica, junto al día del Chef. Otro día para mí
inclasificable es el del orgullo zombie (?).
La palabra tiene varios días dedicados
a exaltarla, tanto en el día del idioma, como en el de las lenguas, el de la
lengua materna, el de la lengua inglesa, y el de la voz. En el día de la
poesía, hoy 21 de marzo, parece conveniente recordar las palabras sobre la
palabra:
Palabra
Leyendo el diccionario
he encontrado una palabra nueva:
con gusto, con sarcasmo la pronuncio;
la palpo, la apalabro, la manto, la calco, la pulso,
la digo, la encierro, la amo, la toco con la yema de los dedos,
le tomo el peso, la mojo, la entibio entre las manos,
la acaricio, le cuento cosas, la cerco, la acorralo,
le clavo un alfiler, la lleno de espuma,
después, como a una puta,
la echo de casa.
he encontrado una palabra nueva:
con gusto, con sarcasmo la pronuncio;
la palpo, la apalabro, la manto, la calco, la pulso,
la digo, la encierro, la amo, la toco con la yema de los dedos,
le tomo el peso, la mojo, la entibio entre las manos,
la acaricio, le cuento cosas, la cerco, la acorralo,
le clavo un alfiler, la lleno de espuma,
después, como a una puta,
la echo de casa.
Cristina Peri Rossi
Quiero definirlos en una sola palabra:
¿Cómo son?
Tomo las palabras corrientes, robo de
los diccionarios,
mido, peso e investigo.
Ninguna responde
La más valiente – cobarde,
La más desdeñosa – aún santa
La más cruel – demasiado
misericordiosa,
La más odiosa - poco porfiada.
Esta palabra debe ser como un volcán,
que pegue, arrastre y derribe,
como la temerosa ira de Dios,
como el hervor del odio.
Quiero que ésta una sola palabra
esté impregnada de sangre,
que como los muros del calabozo
encierre en sí cada tumba colectiva.
Que describa precisa y claramente
quienes eran - todo lo que pasó.
Porque lo que oigo,
lo que se escribe,
resulta poco,
siempre poco.
Nuestra habla es endeble,
sus sonidos de pronto - pobres.
Con empeño busco ideas,
busco esta palabra -
y no la encuentro.
No la encuentro.
Wislawa Szymborska
Las Palabras
"…Todo lo que usted
quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan…
Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las
derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan,
se acechan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como perlas de
colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo
algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las
agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me
preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes ebúrneas, vegetales,
aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las
revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo,
las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera
bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en
la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio,
o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba
y que le obedeció. Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de
todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar
de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el
féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Que buen idioma el mío, que
buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Éstos andaban a zancadas
por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas,
butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel
apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones,
pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes
bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se
les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como
piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el
idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el
oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras."
Pablo Neruda
Hay días que conmemoran hechos
violentos o criminales que no deberían repetirse, como el que protesta contra
las minas antipersonales, los dos días
de la no violencia y el día contra la falsificación.
En literatura,
existe una modalidad de transferencia de
autoría que he denominado «plagio apócrifo». Lo defino como la falsa
atribución de una obra a un autor. La cultura popular, la tradición oral u
otros medios, asignan equivocadamente un texto a un autor reconocido, sin que
sea necesario que dicho autor parezca haber intervenido en la falsa atribución.
Curiosamente, algunos autores apócrifos nunca rectifican la autoría errada. Uno
de los más famosos ejemplos lo constituyen las siguientes líneas, atribuídas
erróneamente a Bertolt Brecht:
Primero vinieron por los socialistas
Pero callé porque yo no era socialista.
Después vinieron por los sindicalistas
Pero callé porque yo no era sindicalista.
Después vinieron por los judíos
Pero callé porque yo no era judío.
Después vinieron por mí
Y nadie quedaba para defenderme.
Su verdadero autor fue Martin Niemoller. El escrito
«Instantes», atribuido a Jorge Luis Borges («…si pudiera vivir
nuevamente…trataría de cometer más errores…») fue realmente escrito por la
octogenaria Nadine Stair, quien lo publicó en
la revista Family Circle con el
título If I had to live my life over.
Hace unos años, se divulgó un poema de despedida
titulado «La Marioneta», que se atribuyó erróneamente a Gabriel García Márquez:
Si por un instante Dios se olvidara de que soy
una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría
todo lo que pienso pero, en definitiva pensaría todo lo que digo.
Daría valor a las cosas, no por lo que valen,
sino por lo que significan.
Dormiría poco y soñaría más, entiendo que por
cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz.
Andaría cuando los demás se detienen,
despertaría cuando los demás duermen, escucharía mientras los demás hablan, y
cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate...
Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría
sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando al descubierto no solamente mi
cuerpo sino mi alma.
Dios mío, si yo tuviera un corazón...
Escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría a
que saliera el sol.
Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las
estrellas un poema de Benedetti, y una canción de Serrat sería la serenata que
ofrecería a la luna.
Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir
el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos...
Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida...
No dejaría pasar un solo día sin decirle a la
gente que quiero, que la quiero. Convencería a cada mujer de que ella es mi
favorita y viviría enamorado del amor.
A los hombres les probaría cuán equivocados
están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que
envejecen cuando dejan de enamorarse.
A un niño le daría alas, pero dejaría que el
solo aprendiese a volar.
A los viejos, a mis viejos les enseñaría que la
muerte no llega con la vejez sino con el olvido.
Tantas cosas les he aprendido a ustedes los
hombres...
He aprendido que todo el mundo quiere vivir en
la cima de la montaña sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de
subir la escarpada.
He aprendido que cuando un recién nacido aprieta
con su puño por vez primera el dedo de su padre, lo tiene atrapado para
siempre.
He aprendido que un hombre únicamente tiene
derecho de mirar a otro hombre hacia abajo, cuando ha de ayudarlo a levantarse.
Son tantas cosas las que he podido aprender de
ustedes, pero finalmente de mucho no habrán de servir porque cuando me guarden
dentro de esta maleta, infelizmente me estaré muriendo...
En este caso, el Nobel colombiano expresó
públicamente sentirse ofendido por
habérsele atribuido dicho poema. Ante esta rectificación, resultó ofendido su verdadero autor, el ventrílocuo
Johnny Welch, quien lo había escrito para su marioneta «El Mofles». Luego
de una breve y cordial reunión,
patrocinada por la revista periodística
Cambio, y matizada con una dosis de
«mamagallismo» (término que para algunos ingenuos es una mezcla de movimiento, filosofía o estilo de vida cuyos orígenes se
han atribuído de manera apócrifa al colombiano), los dos acordaron que se podía
seguir atribuyendo «La Marioneta» a García Márquez, siempre y cuando a Welch se le permitiera la autoría de
«El amor en los tiempos del coléra».
En el día de la
poesía y de la marioneta, busque un verso, regale una palabra.
En el día lúdico, tecnológico, ecológico o en el que se sienta identificado:
En el día lúdico, tecnológico, ecológico o en el que se sienta identificado:
celebre su día.
En tu
mano comí la sal de tu silencio.
Como
una dócil bestia dispuesta al sacrificio.
Mi
sed durará siglos.
Piedad
Bonnet.
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