martes, 4 de diciembre de 2007

Una bala, un presidente herido y un teléfono.

Eran las 9:20 de una mañana de julio de 1881. El presidente norteamericano James A. Garfield se dirigía al Williams College en el estado de Massachussets, de donde era exalumno, para recibir un grado honorífico de su alma mater. Mientras esperaba en la estación del tren en Washington, D.C., un hombre barbado le disparó dos veces.
El Dr. Smith Townsend fue el primero en atender al presidente Garfield. En el mismo sitio del atentado, cortó el traje del presidente e introdujo su dedo índice a través de la herida en su espalda. Dictaminó que la bala había dado un giro a la altura del riñón y se había dirigido a la derecha, para alojarse en la región lumbar. El presidente mantuvo la calma y pidió ser trasladado a la Casa Blanca.
El clima de verano de la capital era malsano; en las siguientes tres semanas, por lo menos cuatro miembros del personal de la Casa Blanca contrajeron malaria. Para alivio del presidente, los ingenieros navales, guiados por Simon Newcomb, en ese entonces director del Observatorio Naval, construyeron un complicado equipo de enfriamiento.
Este precursor de los sistemas de aire acondicionado, con el que lograron disminuir la temperatura ambiental en unos veinte grados, funcionaba forzando aire sobre unas seis toneladas de bloques de hielo que fueron ubicados en el sótano de la Casa Blanca, aire que luego era llevado al dormitorio norte de la casa presidencial.
En contra de las predicciones del Dr. Townsend, el presidente se recuperó y a los pocos días se encontraba en buenas condiciones, tomando champaña helada para refrescarse. Sin embargo, esta recuperación fue breve. La frustración de los médicos era grande: sin conocer la localización de la bala, no se podía tomar la decisión de dejarla o de buscarla para extraerla. Los medios reflejaban las inquietudes del público general: era difícil entender cómo, en la era de grandes inventos como el telégrafo y el teléfono, no existía un método científico para encontrar el proyectil.
«¿Dónde está la bala?», exigían los titulares de la prensa, pero nadie pensaba que fuera posible «ver» la bala, pues faltaba más de una década para el descubrimiento de los rayos X; el común de la gente se imaginaba algún tipo de detector de metales para encontrarla. El precario estado de salud del presidente sólo se podía monitorizar con la tecnología médica más avanzada del momento: estetoscopios y termómetros.
Desde Boston, el escocés Alexander Bell (1847-1922) envió un mensaje a Simon Newcomb, asegurando que podría construir una máquina que combinara la inducción eléctrica con algunas piezas de su invento del teléfono para ayudar a detectar la bala del presidente. Una semana después del atentado, llegó a la capital en compañía de su asistente Sumner Tainter, con quien construyó un aparato capaz de generar un campo eléctrico alrededor del presidente. Usando bobinas de exploración que desplazaría por encima del cuerpo, casi literalmente «recibiría una llamada» del proyectil cuando pasara sobre éste. Antes de probarlo en su paciente, Bell y Tainter hicieron pruebas que resultaron exitosas, empuñando balas u ocultándolas en sus axilas o en sus bocas. Más adelante, Bell dispararía algunos proyectiles a unos trozos de carne de res fresca; la prueba final fue sobre un cadáver abaleado, cuya constitución física era similar a la del presidente. El 26 de julio de 1881, el inventor del teléfono trasladó su equipo a la habitación del presidente Garfield. Bajo la mirada escrutadora del equipo médico, desplazó lentamente la bobina de exploración sobre el cuerpo del presidente, hasta que, ante la incrédula emoción de los presentes, se oyó una tenue señal; sin embargo, pronto se descubrió que ésta provenía de uno de los resortes del colchón de la cama presidencial.
Aunque Bell logró desarrollar un detector de metales, en ese momento, la idea resultó un fracaso: se necesitaron otros treinta años para que alguien pudiera localizar objetos mediante ondas de sonido, aunque este desarrollo tecnológico también se logró con el fin de evitar tragedias después de que fuera demasiado tarde. Por supuesto, estos objetos fueron de tamaño mucho mayor que el de una bala. Para evitar desastres como el del transatlántico Titanic, fue posible detectar icebergs, otra técnica en la que Bell es hoy en día considerado pionero. Faltaban aún cerca de cincuenta años para que se pudieran lograr imágenes del cuerpo humano con ondas de sonido.
El 19 de septiembre de 1881, ochenta días después del atentado, el presidente Garfield falleció. La autopsia confirmó que la bala había hecho un giro, pero diametralmente opuesto al dictaminado por el Dr. Townsend, es decir, hacia la izquierda, alojándose cerca al páncreas. Como puede suponerse, la reputación del equipo médico se fue a pique. Nunca fue posible localizar la bala presidencial mediante las bobinas del inventor del teléfono.
En los años setenta, el grupo de rock británico Sweet logró altas ventas por su canción Alexander Graham Bell, en la que presentan una versión ficticia según la cual el inventor produce el teléfono para comunicarse con su novia. Por supuesto, Alexander Bell, quien adoptó su segundo nombre de Alexander Graham, un amigo de la familia, nunca conocería semejante interpretación de la historia de su invento. A pesar de su fracaso, en su momento, la Corte Suprema le concedió a Alexander Graham Bell la ciudadanía norteamericana, dado su patriótico interés en resolver el caso del presidente James Garfield. Muchos de los presidentes de Estados Unidos han sobrevivido a atentados, como fuera el caso de Roosevelt, Truman, Nixon y Ford. Excepto por Ronald Reagan, todos los presidentes de ese país que sufrieron heridas de proyectil de arma de fuego fallecieron: Lincoln, Garfield, Mc Kinley y Kennedy. El de Garfield fue el último atentado presidencial antes del descubrimiento de los rayos X.

Lecturas recomendadas

1. Aaron BL, Rockoff SD: The attempted assassination of President Reagan. Medical implications and historical perspective. JAMA. 1994 Dec 7; 272(21):1689-93.

2. http://bell.uccb.ns.ca/agbi_docs_frm.asp [Consulta 08.02.2006].

3. http://www.pbs.org/wgbh/amex/telephone/peopleevents/mabell.html [Consulta 08.02.2006].

4. Levy, ML, Sullivan D, Faccio R, Grossman RG: A neuroforensic analysis of the wounds of President John F Kennedy: -part 2: a study of the available evidence, eye witness correlations, analysis, and conclusions. Neurosurgery 2004; 54(6): 1298 - 1312.

5. Kevles BH: Naked to the Bone. Medical Imaging in the Twentieth Century. Helix Books. Addison-Wesley, Reading, 1998.

6. Rockoff SD, Aaron BL: The shooting of President Reagan: a radiologic chronology of his medical care. Radiographics. 1995 Mar;15(2):407-18.

7. Sullivan D, Faccio R, Levy ML, Grossman RG: The assassination of President John F Kennedy: a neuroforensic analysis--part 1: a neurosurgeon's previously undocumented eyewitness account of the events of November 22, 1963. Neurosurgery 2003; 53(5): 1019-25.


Nota histórica publicada en la Revista Colombiana de Radiología, Vol 17, No. 3

martes, 30 de octubre de 2007

Halloween

HALLOWEEN
Aunque ni la palabra Halloween ni su versión castellanizada jalouín han sido incluidas en la última edición del diccionario de la Real Academia Española, cada vez es más conocida en nuestro idioma, y cada año encontramos mayores manifestaciones de esta influencia cultural foránea. Ante la presencia casi inevitable de brujas, calabazas y disfraces, vale la pena conocer algo del origen de esta antiquísima festividad:
Según la creencia, en la Antigüedad, en Bretaña, Escocia e Irlanda, en el último día del calendario celta y anglosajón, el 31 de octubre, las almas de los muertos visitaban sus casas, en compañía de brujas y espíritus. Para ahuyentar a los más malignos espíritus, se encendían grandes hogueras en lo alto de las colinas. El cristianismo dictaminó que el 1º de noviembre fuera el día de Todos los Santos; por supuesto, el 31 de octubre pasó a ser la víspera de todos los santos (All Saints’eve). En inglés antiguo, hallow (que, como el vocablo holy, proviene del germánico khailag) significaba «santo» o «sagrado»; la fiesta se conoció como hallowe’en, que derivó de All Hallow’s eve.
Según la Enciclopedia de las Cosas que Nunca Existieron:
«La multitud de espíritus errantes crea una atmósfera ideal para toda clase de actividades ocultistas. Los gritos y risas de las brujas llenan el aire de la noche, bandadas de ellas vuelan al último Sabbat del año. Las hadas raptan a las esposas jóvenes y se llevan a los niños de de sus cunas; toda clase de fantasmas murmuran y gimen junto a las puertas y ventanas. Manos esqueléticas salen de antiguas tumbas.
Todas estas tensiones sobrenaturales crean un espléndido ambiente para la adivinación y la predicción del futuro. Los lectores de bolas de cristal tienen más trabajo que en cualquier otra época del año. Las mejores predicciones son las que hacen las gitanas en las puertas de las iglesias. Los mortales deben hacer celebraciones muy ruidosas y bailar alrededor de las casas y graneros; deben apedrear las casas de las brujas y dar alimento y bebida abundante a los niños y a los pobres. Para alejar a los acechantes nocturnos, el Hallowe’en debe ser muy estruendoso.»
Las tradiciones de halloween se fueron transformando en juegos infantiles, que llegaron a los Estados Unidos en el siglo XIX a través de los inmigrantes irlandeses. Para algunos, la diseminación de la celebración celta llamada Samhain entre los países hispanohablantes, se agudizó en 1978, gracias a la película Halloween, escrita y dirigida por John Carpenter, y protagonizada por Donald Pleasance y Jamie Lee Curtis.
No hace falta comentar acerca de la calidad de esta película, ni acerca de todas las versiones que le han seguido: Halloween II (1981), dirigida por Rick Rosenthal; Halloween 3 - Temporada de Brujas (1982), dirigida por Tommy Lee Wallace; Halloween 4 - El regreso de Michael Myers (1988), dirigida por Dwight H. Little; Halloween 5 - La Venganza de Michael Myers (1989), dirigida por Dominique Othenin-Girard; Halloween 6 - La maldición de Michael Myers (1995), dirigida por Joe Chappelle; Halloween 7 (H20)- Veinte años después o La venganza de Laurie (1998), dirigida por Steve Miner; Halloween 8 Resurrección (2002), dirigida por Rick Rosenthal, Halloween 9 - Retribución (2006), dirigida por Takahashi Miike. Y como para no perdérsela, la última versión, recientemente estrenada en los Estados Unidos: Halloween – El Destino del Mal (2007), dirigida por Rob Zombie.

Lecturas Recomendadas

Soca R. La fascinante historia de las palabras. Associação Cultural Antonio de Nebrija, Rio de Janeiro, 2004.
Page M, Ingpen R: La Enciclopedia de las Cosas que Nunca Existieron. E.G. Anaya, Madrid, 1988.
Del Hoyo A: Diccionario de palabras y frases extranjeras. 3ª Edición, Santillana Ediciones Generales, S.L., Suma de Letras, S.L., Madrid, 2000.
The internet movie database

miércoles, 3 de octubre de 2007

La radiografía convencional, la radiación dispersa y la teoría de la relatividad: un punto de encuentro poco conocido.

Desde los inicios de la radiología, se encontraron dificultades para el registro fotográfico de las imágenes de rayos X. El paso de los rayos a través del cuerpo producía un «velo» sobre las películas fotográficas, debido a que el choque de los rayos X con las estructuras corporales llevaba a la emisión de nuevos rayos, llamados secundarios.
Una de las maneras más ingeniosas de resolver el problema de la radiación secundaria fue la interposición de unas rejillas metálicas entre el paciente y la película radiográfica, invento presentado en 1913 por el Dr. Gustav Bucky en Berlín. El Dr. Bucky logró así mejorar considerablemente la calidad de las imágenes de radiografía convencional, aunque su método producía unas muy visibles marcas cuadriculadas sobre las imágenes diagnósticas obtenidas con la técnica convencional.
El inventor norteamericano Hollis Potter fue quien hizo la más importante modificación a la rejilla de Bucky, modificación que sigue en uso hasta nuestros días: diseñó un mecanismo que le imprimía movimiento a la rejilla, para hacerla desaparecer de la radiografía, manteniendo la mejora en la calidad fotográfica de las radiografías.
El aporte de Potter fue tanto o más significativo que el de Bucky, hasta el punto de que al mecanismo se le llama «rejilla de Potter-Bucky». Sin embargo, el personal que trabaja en radiología parece haber olvidado la importante contribución de Potter al trabajo radiográfico diario, pues hoy es más común que a este invento se le llame «Rejilla de Bucky», o simplemente «Bucky». También es posible encontrar aún rejillas fijas, que pueden interponerse entre el portaplacas o «chasis», y que constan de un gran número de laminillas muy delgadas, como mecanismo para disminuir los efectos de la radiación secundaria sobre las radiografías. Las laminillas pueden ser paralelas entre sí, en las rejillas «no enfocadas», o estar ligeramente anguladas, desde el centro hacia la periferia, en un patrón simétrico o «enfocado», denominación que simplemente se refiere al hecho de que tiene un estrecho rango de distancia foco-placa para su uso, pues la angulación entre las laminillas metálicas que conforman la rejilla (que por ser fija sería más correctamente denominada solamente «Bucky») está calculada para permitir el paso preferencial de los haces de radiación primaria. Como puede parecer obvio por esta disposición geométrica, las rejillas «enfocadas» tienen un frente y un revés, que no son intercambiables libremente, como sí ocurre en las rejillas Bucky «no enfocadas». Este sencillo invento puede ser muy útil a la hora de hacer radiografías con equipo portátil, especialmente en regiones anatómicas con mayor posibilidad de radiación secundaria, como el abdomen. (Doy fe de un truco que puede resultar útil para mejorar la calidad de las radiografías de abdomen simple portátiles, cuando no se tiene disponibilidad de rejillas, originalmente descrito para los portaplacas o chasis de la marca Kodak®, pero probablemente aplicable en otros casos: use el portaplacas «al revés», es decir, ¡con la tapa amarilla dirigida al tubo de rayos X! Su fabricación en baquelita puede servir para absorber parte de la radiación secundaria, sin mayor impedimento para el paso de la radiación primaria.)
Cuando Gustav Bucky llegó a los Estados Unidos en 1923, las leyes impuestas por ese gobierno en contra de los ciudadanos alemanes le hicieron perder los derechos a su patente. El Dr. Bucky tuvo que enfrentar varios litigios relacionados con sus patentes, para los cuales siempre recibió apoyo de un buen amigo suyo, quien tenía gran experiencia en el tema, pues había trabajado en la oficina de patentes de Suiza: Albert Einstein.
Como amigo y médico personal de Einstein, Gustav Bucky acompañó al creador de la teoría de la relatividad a la hora de su muerte.



Lecturas recomendadas

Kevles BH: Naked to the Bone. Medical Imaging in the Twentieth Century. Helix Books. Addison-Wesley, Reading, 1998.

Cullinan JE, Cullinam AM. Illustrated Guide to X-Ray Technics. 2nd Ed. J.B. Lippincott Co. Philadelphia, 1980.


Nota Histórica publicada en la Revista Colombiana de Radiología, Vol 17 No.2.

sábado, 16 de junio de 2007

I don't speak spanglish - and proudly so

En mi columna El poder de la palabra, también exploré el muy trillado tema de la adopción del inglés como idioma científico universal, hasta el punto de preferir algunos de los términos en ese idioma a los aceptados en el nuestro para describir objetos, partes o técnicas comunes:
En la ciencia, el idioma inglés ha tomado la posición preponderante que alguna vez tuvo el latín. Creemos más en las cosas escritas en inglés, y las publicaciones científicas (que muchos llaman «literatura» a secas, descalificando de un zarpazo toda una gama del género literario), en su gran mayoría, están escritas en ese idioma. Los motores de búsqueda de artículos científicos tienen una opción muy comúnmente usada, que limita dichas búsquedas para encontrar sólo aquellos cuyos resúmenes o textos completos están escritos en inglés. La literatura científica escrita en francés, alemán y español no es citada con tanta frecuencia en nuestro medio, mucho menos los artículos en otras lenguas.
Quizá por la cercanía geográfica con la cultura norteamericana, hemos adoptado terminología y hasta estilos semánticos que nada tienen que ver con el español. Esta no es una costumbre exclusiva de la medicina, y puede ser producto del subdesarrollo, más que de la pedantería. De hecho, uno de los más renombrados movimientos literarios en nuestro idioma, es conocido como «el boom latinoamericano», como si al bautizarlo en inglés su reconocimiento internacional fuera mayor.
En una columna previa mencioné el uso de varias siglas latinas o latinizadas, calcadas del inglés, para prescribir medicamentos al mejor estilo de los hospitales foráneos. La invasión anglosajona no para allí: del inglés adoptamos palabras mal traducidas, o simplemente usamos las palabras extranjeras sin preocuparnos por su equivalente en nuestro idioma. Mi interés por estos temas me llevó a ingresar a un foro internacional de traductores profesionales en medicina, donde he aprendido mucho acerca de los vericuetos del idioma y de las dificultades en la traducción y adaptación de términos foráneos a nuestra lengua, y, específicamente, a nuestra jerga. Yo llamo «disco fijo» a la alteración en la movilidad del disco de la articulación mandibular, y no cedo a la tentación de llamarlo «stuck disk», como fue descrito hace algunos años, ni utilizo su traducción literal de «disco atascado».
Siempre preferiré endoprótesis o implante sobre «stent». Como también me gusta la historia, no pretendo desconocer la importancia del invento del odontólogo inglés Charles Stent; pero claramente, nada tiene que ver la receta de una masa para hacer moldes dentales con los tubos expandibles, mallas y otros implantes con que se pretende corregir la función de diversas estructuras tubulares enfermas. En griego, la palabra prótesis significa «adición»; en el lenguaje médico, el término se ha asociado tanto a la sustitución anatómica como funcional de una estructura. Parecería entonces restrictivo sugerir que «prótesis» sólo puede aplicarse cuando se remplaza algo, como en el caso de las prótesis ortopédicas. Los elementos artificiales que se usan para restaurar la función de una estructura tubular pueden ser implantados por diferentes métodos, por lo cual parece correcto llamarlos implantes, quizá en ese caso con un término complementario, como «vascular», «biliar» o «recubierto», «medicado», etc., para evitar cualquier posible confusión con los implantes de tipo estético. Y si se tratara de castellanizar el nombre, entonces debería proponerse «estent», o «estén», en cuyo caso yo alzaría mi voz hasta niveles estentóreos a favor del uso de «prótesis» mencionado en el Diccionario de Burradas, recopilado por Xosé Castro: «La próstata dental es carísima.» (< http://xcastro.com/portera.html >) ¿Y el plural de «estén»? He oído «estenes» y «stents», cuando me parece más fácil decir que a un paciente dado se le pusieron dos o más implantes endovasculares.
De la ortopedia nos vienen términos que nos negamos a usar en español, como «brace». ¿Será que algunas lesiones de ligamentos no sanan igual cuando las inmovilizamos en una abrazadera? Un desplazamiento, que en algunos contextos se refiere a una distancia dada, se llama mejor «offset». A los platillos de los cuerpos vertebrales queremos cambiarle el nombre por una traducción literal del inglés «end plates», por lo cual preferimos decirles «placas terminales». Siendo así, resulta interesante la propuesta de Fernando Navarro, del Grupo de Medicina y Traducción MedTrad, quien alguna vez sugirió que, para «equilibrar la balanza de la influencia interlingüística», utilicemos algo así como «vertebral saucers» cuando la traducción sea del español al inglés.
Ni hablar de algunos aspectos administrativos que pueden afectar nuestra práctica diaria. Si quisiéramos iniciar una estrategia de difusión de los servicios que ofrecemos, hacemos «marketing» en vez de mercadeo. Una estrategia común en «márquetin», (mi propuesta en espanglish para mercadeo) es revisar a fondo lo que hace la competencia, y compararlo con las políticas de la empresa propia. Esta técnica, que es simplemente una comparación, se llama mejor «benchmarking», aunque la traducción no deja de ser compleja: «referenciación competitiva», quizá para darle mayor importancia de la que merece a un procedimiento tan sencillo como compararse con los demás. Si quisiéramos demostrar un alto nivel gerencial, no debemos pensar en subcontratar un servicio de auditoría externa para evaluar nuestra gestión, pues hoy en día no se subcontrata, se hace «outsourcing». Pero, si no tenemos presupuesto suficiente, podemos asignarle las funciones de auditoría a alguien que ya pertenece a nuestra nómina. Para algunas mentes pequeñas, suena más elegante llamar a esto «insourcing», aunque coloquialmente lo que estemos haciendo realmente sea «clavar» a alguien con un trabajo adicional.
Fosa es una traducción perfectamente adecuada para «pit». He leído informes radiológicos en los que, en vez de almohadilla grasa, reza «fat pad». «Spin Echo» es el nombre, en inglés, de la secuencia de resonancia magnética que en español se llama eco de espín. No existen «appendages» en español, ni usamos doble p en nuestro idioma; sólo se me ocurre una manera de describir el desconocimiento de la existencia de un término correcto en español, como apendicitis epiploica, para hacer referencia a la «appendagitis» que afecta a los angloparlantes: «pendejaditis».
El uso descuidado del idioma en los informes médicos ha llegado al extremo de enviar reportes automatizados escritos completamente en inglés, o, lo que puede ser peor, con algunos comentarios en espanglish.
La traducción no es sólo una ciencia, sino un arte. Del inglés «severe» traducimos erróneamente «severo», olvidando que quien es severo es estricto y no necesariamente está grave. Los dolores de cabeza no son severos sino pronunciados, importantes, marcados o graves. Si el traductor de Óscar Wilde hubiera sido más acucioso, habría tenido en cuenta que el autor quería jugar con las palabras al titular una de sus obras haciendo referencia a un hombre cuya personalidad y nombre resultaron homófonos, como es el caso del «earnest» Ernest. Traducir directamente Ernest a Ernesto sería apropiado en otros contextos, pero un título como «La importancia de llamarse Ernesto», carece de sentido cuando sabemos que «earnest» se refiere a la severidad y exigencia del personaje por el cumplimiento de las normas. Así, como lo ha dicho Emilio Bernal Labrada, una traducción más apropiada habría llamado Severo, y no Ernesto, al personaje central de dicha novela, cuyo título alterno podría haberse mejorado, a «La importancia de ser Severo», pues mantendría el sentido y el juego verbal que Wilde quería imprimirle a su personaje y a su obra.
A veces, con la intención de imprimirle el aire de levedad que se merece una nota como ésta, se prefiere el vocablo en inglés, light, para describir lo ligero. Sin embargo, maltratar el idioma, cualquier idioma, siempre será un desatino. Como es un desatino ignorar el orden correcto de las letras ght en ese vocablo: ¡cuántos no han caído en el error de escribir litgh en vez de light !
Si de verdad no han encontrado una palabra en español con una acepción que les describa satisfactoriamente lo vano, superfluo, veleidoso, vacío, hueco o insustancial, sugiero la forma LITE, aceptada por el uso y con menos probabilidades de ser víctima de una ligereza ortográfica de esas proporciones.
En el lenguaje diario, el espanglish ya se ha implantado en forma definitiva y hasta disparatada. Hemos conjugado nuevos verbos cibernaúticos, como «chatear», «forguardiar» y «deletear». Algunos equipos se «resetean» en vez de apagarlos y volverlos a encender; en nuestra especialidad, ya se ha difundido el verbo «taquear» que supera las fronteras linguísticas y cambia de categoría, pues ya no pertenece al espanglish sino a una nueva lengua, pues significa hacer un «TAC» o tomografía computarizada a un paciente dado (¿Y el paciente de la cama 4?, -pregunta el profesor, -Lo estamos taqueando, -responde el «fellow»). Los alcances de la lengua pueden ser inverosímiles: habría que saber diferenciar entre tacar, taquiar y taquear, y tendríamos que idearnos una manera de explicarle a un mexicano que «tacar burro» no es la manera colombiana de comer tortillas o a un radiólogo italiano que no estamos hablando de una técnica de tomografía axial computarizada de alta resolución pasada por mantequilla…
Para terminar, aclaro que no tengo nada en contra del inglés, ni contra otros idiomas. De hecho, hay algunas expresiones en inglés que me encantan y que uso cuando hablo o escribo en ese idioma, en cuyo caso, evito las palabras no inglesas, recurro a mis diccionarios en inglés y trato el idioma inglés con el mismo respeto que me merece el español. No me opongo a la modernización del idioma español, ni a la castellanización de algunos términos. Aún así, me niego a llamar al género musical que más me divierte con el término alguna vez sugerido por la Real Academia Española: siempre he disfrutado y disfrutaré del Jazz. Creo que el día que acepte escribirlo con ye y una ese, no me quedará más remedio que sedarme con un vaso de güisqui, aunque a dicho licor, escrito de esa manera, probablemente le encuentre un gusto tan amargo como insoportable…
C’est la vie.

miércoles, 6 de junio de 2007

Bizarro

Con frecuencia se utiliza equivocadamente el término «bizarro» para describir eventos o situaciones extrañas.
Una de las más conocidas historietas fantásticas contiene a un personaje ficticio llamado en inglés Bizarro, un doble imperfecto de Súperman que resulta de un error en un experimento. Bizarro vive en una especie de universo paralelo, un planeta cúbico llamado Htrae, que corresponde, en inglés, al nombre de nuestro planeta escrito al revés, el cual podría traducirse como Arreit.

En ese extraño mundo, la lógica es inversa. Bizarro fue creado como un enemigo del superhéroe por el escritor Otto Binder y el artista George Papp. Apareció por vez primera en Superboy No. 68, en octubre de 1958 y como adulto en julio de 1959.

El significado de la palabra francesa bizarre es: raro o curioso. En español, la palabra bizarro significa valiente. Se le conoce un origen italiano en la palabra «bizzarro», que hace referencia a una persona osada e iracunda; también se ha asociado a la palabra vasca «bizarra» que significa barba, quizá como referencia a los furiosos soldados barbudos.

Así, un cuadro clínico «bizarro» sería entonces uno muy «valiente», que podría ejemplificarse (con dificultad) con una herida por arma de fuego y no uno «raro», como podría serlo un fetus in fetu intracerebral (AJNR 1992; 13: 1326-1329).

El descubrimiento del conducto pancreático: un anecdotario de crímenes.

El descubrimiento del conducto pancreático está relacionado con tantos crímenes y delitos, que su historia puede compararse con el libreto de una de esas series televisivas que tanta acogida tienen en la actualidad. Para comenzar este relato, debemos retroceder casi cuatrocientos años: el 1º de marzo de 1642, un hombre llamado Zuane Viaro della Badia cumplió su condena a muerte: fue colgado en la Piazza del Vin, en la ciudad de Padua. Su cadáver fue trasladado al monasterio de San Francisco, donde al día siguiente sería preparado para su disección por los anatomistas de la Universidad de Padua. Es probable que della Badia no estuviera de acuerdo con la norma que permitía la disección anatómica en los condenados a muerte; sin duda, este asesino jamás habría imaginado la magnitud de su contribución a la ciencia médica.
La Universidad de Padua ocupa un importante lugar en la historia de la medicina: en ella se graduaron las primeras mujeres médicas del mundo. Después de las de Bolonia, en Italia, y Leuven, en Bélgica, ambas fundadas en 1214, la tercera universidad del mundo occidental fue la de Padua, inaugurada en 1222 por algunos «disidentes» de la Universidad de Bolonia. El nivel de la investigación en la Universidad de Padua era legendario. Tanto, que Andreas Vesalius quiso trasladarse allí, donde logró grandes avances médicos, refutando los dogmas centenarios proclamados por Galeno.
Vesalio revolucionó la enseñanza de la anatomía humana mediante las disecciones que él mismo efectuaba en cadáveres humanos, a diferencia de la costumbre del momento, donde el disector, o encargado de las disecciones, no requería de conocimientos médicos.
Otro de los renombrados profesores de anatomía de la Universidad de Padua, Johann Wesling, tuvo la oportunidad de nombrar a su Prosector, o asistente de disecciones. Para este cargo, seleccionó a su alumno más prometedor, Johann Georg Wirsung.
Cuando Wirsung se matriculó en la universidad católica de Padua, pudo incurrir en el delito de «falsedad en documento público», pues dijo dos mentiras, quizá para tener mejores posibilidades de ser aceptado: por una parte, a pesar de haber nacido en Augusta (no confundir con Augsburgo), en Bavaria, aseguró provenir de Múnich, por ser ésta una ciudad católica; por otro lado, mintió acerca de su edad, declarando menos años de los que tenía. De ahí pudo haber surgido la confusión en que han incurrido varios historiadores, al considerar que su fecha de nacimiento fue en el año de 1600, cuando en realidad nació en 1589.
Wirsung había estudiado anatomía con Kaspar Hoffman en Altdorf y con el profesor Jean Riolan, hijo, en París. Al día siguiente de la ejecución del asesino della Badia, es decir, el 2 de marzo de 1642, Wirsung efectuó la disección de su cadáver. Al examinar el páncreas, encontró un conducto que lo atravesaba de un extremo al otro, el cual nunca antes había sido descrito en los textos de anatomía. Sin haber reconocido su función, quiso consultar acerca de la naturaleza de dicho conducto, y elaboró un grabado con sus hallazgos en una placa de cobre. De ese detallado dibujo obtuvo siete copias, que envió a los siguientes anatomistas: Ole Worm, Kaspar Hoffmann, Jean Riolan, Severino, Paul Marquart Schlegel, Werner Rolfinck y Johan Georg Volckamer.
Durante la disección en la que Wirsung descubrió el conducto que hoy lleva su nombre, estuvieron presentes dos testigos: Thomas Bartholin y Moritz Hoffmann. Thomas Bartholin era el segundo hijo de Caspar Berthelsen Bartholin y Anna Fincke, y es conocido por sus trabajos sobre el sistema linfático. Las glándulas de Bartholin deben su nombre a Caspar Bartholin II, hijo de Thomas. Thomas Bartholin sufrió de cálculos urinarios; una hermana de Anna Fincke, es decir, tía de Thomas, se casó con Ole Worm, un prominente médico y anatomista danés. Ole Worm fue quien asumió el padrinazgo de Thomas cuando murió Caspar Berthelsen, su padre. Fue precisamente Thomas Bartholin quien envió a Ole Worm, su tío político, la primera de las copias del dibujo original del conducto de Wirsung.
Cinco años después de la muerte de Wirsung, Moritz Hoffmann, el segundo testigo de la famosa disección, mintió al asegurar haber sido el primero en observar el conducto en un pavo (aunque hay quienes aseguran que fue en un gallo de la India), descubrimiento del cual supuestamente informó a Wirsung. Moritz Hoffmann no tiene relación alguna con Kaspar Hoffmann, el profesor de Wirsung que recibió otra de las copias del grabado con el dibujo del conducto recién descubierto.
Los otros cinco destinatarios del dibujo de Wirsung ya fueron mencionados: Jean Riolan, su profesor en París, a quien Wirsung escribió dos veces, sin obtener respuesta; Severino, el famoso anatomista napolitano, quien recibió su copia a través del Dr. Carlo Avanzi; Paul Marquart Schlegel en la ciudad de Hamburgo; Werner Rolfinck en Jena y Johan Georg Volckamer en Nuremburgo. Las dificultades y demoras en la correspondencia internacional de la época (y la ausencia de correo electrónico) pueden explicar el hecho de que algunos profesores recibieran más de una copia de dicho grabado.
Wirsung describió la desembocadura duodenal del conducto, lo encontró en niños y adultos, además de disecarlo en micos, perros, gatos, cerdos y gallinas. Sin embargo, Johann Wirsung nunca supo cuál era su función, como puede dilucidarse de su carta a los profesores consultados: «Nunca encontré sangre en su interior, sólo un fluido turbio que mancha los instrumentos de plata. ¿Debo llamarlo arteria o vena? Solicito humildemente su opinión.»
El 22 de agosto de 1643, ocurrió el más grave de los delitos asociados al descubrimiento del conducto pancreático. Sucedió cerca de la medianoche, «a la hora del Ave María», mientras hablaba con sus vecinos frente a su casa. Uno de sus alumnos, el estudiante Belga Jacques (o Giacomo) Cambier, le disparó con un arcabuz o carabina. Mientras su asesino huía con sus dos cómplices, su pariente Nicasisus Cambier y un tercero desconocido, los testigos oyeron al agonizante Wirsung exclamar «¡Estoy muerto, Oh Cambier, Oh Cambier!»
Aunque nunca se supo a ciencia cierta el motivo del asesinato de Johann Wirsung, una de las teorías más aceptadas es la de que su alumno Cambier quiso robarle la autoría del descubrimiento del conducto pancreático. Sin embargo, esta puede ser una especulación infundada, pues no está claro cuál habría sido el beneficio que Cambier habría obtenido por su delito, crimen que ha pasado a la historia como irresoluto.

Aníbal J. Morillo, MD
Miembro Activo, Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina
Coordinador Académico, Programa de Posgrado en Radiología
Departamento de Imágenes Diagnósticas
Hospital Universitario Fundación Santa Fe de Bogotá

Lecturas recomendadas

Carter R. Assassination of Johann Georg Wirsung (1589-1643): mysterious medical murder in renaissance Padua. World J Surg 1998; 22: 324-326.

Howard JM, Hess W, Traverso W. Johann Georg Wirsung (1589-1643) and the
pancreatic duct: the prosecutor of Padua, Italy. J Am Coll Surg 1998;187(2):201-11.

Pai, S.A.: Death and the doctor. J Can Med Assoc 2002; 167(12) 1377-1378.

Nota Histórica publicada en la Revista Colombiana de Radiología 2006; 17(1): 1906-1907.

martes, 8 de mayo de 2007

Latinissimus

Otra entrega de El poder de la palabra, esta vez sobre el (mal) uso de los términos técnicos originados en el latín.

El idioma latín, considerado «lengua muerta» excepto en el Vaticano, en donde aún es oficial, fue en su tiempo el idioma científico por excelencia. Tanto, que durante siglos se latinizaron hasta los nombres de las personas, quizás en busca de un prestigio mayor del merecido. Al naturalista sueco Carl Von Linné, cuyo nombre latinizado es Carolus Linnaeus, se le atribuye la paternidad de la taxonomía moderna, ciencia que dicta las normas para clasificar los seres vivos de una manera jerarquizada y unificada. La nomenclatura binomial de Linneo (forma castellanizada del mismo nombre), que data del siglo XVIII, consta de dos términos descriptivos principales para cada organismo. El primero, que corresponde al género, se escribe siempre con mayúscula inicial. El segundo, un epíteto específico, siempre se escribe con minúscula inicial. Ambos se escriben en latín o con términos latinizados, y se usan para nombrar todas las especies de fauna y flora. Así, se escribe Staphylococcus aureus, nunca Aureus, y Proteus mirabilis, no Mirabilis. Puesto que los nombres de ambos microorganismos tienen equivalencias en español, ¿por qué no llamarlos estafilococo dorado y próteo, respectivamente? Sería más coherente que insistir en darles nombres híbridos o mal escritos, como «estafilococo albus», que no es sólo una combinación innecesaria de español y latín, sino que representa la nomenclatura antigua, siendo ahora el nombre oficial Staphylococcus epidermidis. Ocurrencia exclusiva de los Homo sapiens, ésta de mantener nombres científicos que la misma ciencia ha descartado, como en el clásico ejemplo del Macaca mulatta, nombre correcto para el pequeño y famoso primate que insistimos en seguir llamando Macacus rhesus (1). Otro ejemplo de confusión en la nomenclatura es el de algunos organismos del género Proteus, a los que se les considera hoy en día como miembros de un nuevo género, el Providencia, como en el caso de la especie Providencia alcalifaciens.
Aunque con frecuencia es mal utilizada, y puede parecer muy compleja, la nomenclatura taxonómica es sencilla, si se compara con la gramática latina. Los sustantivos, adjetivos y pronombres en latín tienen tres géneros (masculino, femenino y neutro), dos números (singular y plural) y seis casos: nominativo, vocativo, acusativo, genitivo, dativo y ablativo. Cinco declinaciones modifican a sustantivos y adjetivos. Ni qué decir de los verbos: tres personas del singular y otras tantas del plural, tres modos y dos voces. Los tiempos son el presente, imperfecto, perfecto, pluscuamperfecto, futuro imperfecto y futuro perfecto, los modos dependen de las voces: además del indicativo, subjuntivo e imperativo en ambas voces, para la voz activa están el infinitivo, participio, gerundio y supino, mientras que para la pasiva existen infinitivo y participio. Las conjunciones coordinantes son cinco: copulativas, disyuntivas, adversativas, causales y conclusivas, pero las subordinantes son siete: causales, consecutivas, finales, comparativas, condicionantes, concesivas y temporales. ¡Y el latín es considerado por algunos lingüistas como «fácil», si se compara, por ejemplo, con la gramática de la lengua indígena norteamericana navajo (2)!
Para su uso en español, se han castellanizado varios términos latinos, y se siguen usando, con dudosa propiedad, palabras y frases en el lenguaje original del extinto imperio romano. Es así como escribimos un memorándum (3), o estructuramos un currículo(4), aunque a veces no tengamos claro como decirlos en plural, sin perder el aire de importancia que les confiere el idioma latín.
Y aunque siempre hacemos los mismos cortes escanográficos en el cráneo, rara vez se dice que nuestro examen incluye desde el basis, aunque casi siempre se termina el estudio cerebral en el vertex. Digo yo, si comenzamos en la base, ¿no sería más congruente terminar en el vértice? Lo mismo aplica para cervix y hallux, como si sonaran menos científicos sus nombres en español, cuello uterino (que no cerviz), y dedo gordo (no pulgar). Y apex, varus, valgus, cor y lumen son todas palabras con equivalencias en español que se olvidan, dando paso a híbridos innecesarios como «genu valgo» o «cor anémico». El hueso sesamoideo que en latín se llama patella es el mismo que en español conocemos como rótula. Los intestinos y otras estructuras tubulares tienen luz en español, lumen en latín. En español, y en latín, versus significa «hacia» y no «contra», como en el inglés, idioma en el que es común usarlo para anunciar contiendas entre gladiadores, perdón, boxeadores. El que en inglés se haya sufrido del ataque de pereza mental que evitó el uso del término completo adversus, no significa que tengamos que trasladar el error al español, en una muestra de pedantería, que en este caso bien podría llamarse esnobismo, término aceptado —¿innecesariamente?— por la Real Academia Española desde 1970 (1). Foramen se dice agujero, omentum es epiplón, y, ¡por favor!, circunvolución, cir-cun-vo-lu-ción, nunca «giro», inaceptable «giro idiomático» de gyrus. El pecho no es «pectum», sino pectus, como en el pectus carinatum, al que llamamos en español «tórax en quilla». Helix significa hélice y «helical», adaptación del inglés, se traduce helicoidal.
La cosa se complica con los géneros y números: el pus, los nomina anatomica. Crura es el plural de crus, y es de género neutro: quien dice «la crura diafragmática derecha», cae en el ridículo cuando conoce la traducción de su balbuceo seudolatinizado: «la pilares diafragmática derecha». ¿Quiso decir crus derecho, aunque se trate de un sustantivo neutro? Yo recomiendo «pilar diafragmático», en español sencillo y sin riesgo de incongruencias. Pero, como en el inglés se adoptan los términos latinos, a algunos les parece necesario —y hasta congruente— que copiemos esta importante tradición, aunque sea ajena a nuestra cultura. Así, llegamos al extremo de usar siglas en latín cuyo significado real no siempre conocemos, y escribimos fórmulas de medicamentos que deben tomarse qd (quaque die) o cada día, y tid (tertie in die) en vez de «tres veces al día», o c/8h, sigla que no necesita aclaración, y resulta más precisa, si han de tenerse en cuenta algunos principios farmacocinéticos. Aunque he visto prescripciones que rezan qid (quater in die), me sorprendería ante la erudición de quien escriba su equivalente qds (quater die sumendum) (1). Claramente, qod es un híbrido anglolatino (quaque other day) que no es castizo ni en inglés, y que trasladamos a nuestras historias clínicas, quizás para dar la impresión de que no trabajamos en un hospital, sino en una serie televisada. Por razones que van más allá de mi comprensión, parece que no hace falta formular para la noche (bis in nocte)...
La cavidad que se forma entre los septos pelúcidos (un septum pellucidum, dos septi pellucidi) no se llama cavum septum pellucidum, como aparece erróneamente en algunos textos de anatomía, sino cavum septi pellucidi (5), y no por tratarse de un número plural de septos (septi), sino por ser un caso genitivo, es decir, posesivo, que traduce «cavidad de los septos pelúcidos», expresión que recomiendo para quienes hayan sobrevivido hasta este punctum.

Bibliografía
1.Navarro, FA.: Diccionario crítico de dudas inglés-español de medicina. McGraw-Hill Interamericana, Madrid, 2000.

2.Bernárdez, E.: ¿Qué son las lenguas? Alianza Editorial, S.A. Madrid, 1999.

3.Agencia Efe, S.A.. Manual de Español Urgente. 13ª. Ed. Ediciones Cátedra, Madrid, 2000.

4.Sol, R. Palabras Mayores. Diccionario práctico de la lengua española. Ediciones Urano, Barcelona, 1996.

5.Ronai, P.M.: Nominal Dysphasia. AJR 1992; 159: 1198.

Publicada en: Boletin Imágenes, Asociación Colombiana de Radiología 2003; 9(4)

domingo, 22 de abril de 2007

Kurt Vonnegut Jr. 1982-2007.

Cualquiera que sepa a quién me refiero, encontrará que las fechas que siguen al nombre de este autor son, por decir lo menos, curiosas. Y habrá acertado, pues, aunque escribo esto cuando han pasado menos de quince días de su fallecimiento, Vonnegut nació en 1922.
Si, por el contrario, el potencial lector de estas líneas desconoce al personaje que las inspira, es posible que aún pueda resultarle interesante conocer algo sobre él.
Si ninguna de las dos opciones anteriores es correcta, y este intento de homenaje no parece interesarle, éste es el momento de cambiar de lectura. Muchas gracias por su atención.


«Schreiben ist geschäftiger Müssiggang»
(escribir es un ocio muy trabajoso). -Goethe.

Conocí a Kurt Vonnegut, Jr., a través de un buen amigo. En 1982, Miguel me prestó su ejemplar en inglés de «La Cruzada de los Niños», mejor conocida como «Matadero Cinco», novela que lo hizo subir al estrellato, y que había publicado diez años antes de yo conocerla.
¿Diez años muy tarde? No. Creo que, gracias a Miguel, la novela llegó a mis manos justo a tiempo. Descubrí entonces la que me pareció, y me parece aún, una manera ingeniosa, por decir lo menos, de escribir. Novedosa, quizá; drástica, sin duda. (Rompo aqui una de las recomendaciones de Vonnegut, el autor, para los futuros autores en su lengua inglesa, aquella en que los insta a nunca usar el punto y coma, recurso de puntuación que le parece que sirve únicamente para intentar demostrar erudición, pero que probablemente no sirva ni siquiera para sugerir competencia con las normas gramaticales. Pero Vonnegut escribía en inglés, y en inglés el punto y coma puede ser sólo eso. Por supuesto, Vonnegut también rompió su propia regla, por lo menos en una ocasión.)
En «Matadero Cinco», Vonnegut usa una experiencia personal para armar una historia de tinte pacifista, pero mucho más profunda que una superficial posición antiguerrerista. Por una coincidencia extraordinaria, mientras servía como soldado aliado contra Alemania, fue capturado junto con su equipo y hecho prisionero. Su celda fue precisamente un matadero subterráneo, el número cinco (Schlachthof-Fünf ), ubicado en la ciudad de Dresde, Alemania. En una de esas muestras de locura de las que suele ser capaz la humanidad, se produjo el bombardeo de Dresde, una joya arquitectónica y cultural que intencionalmente había sido mantenida al margen de los centros industriales, arsenales y tropas alemanas, para que nunca fuera considerada como un objetivo militar. El resultado, unos ciento treinta y cinco mil muertes, la inmensa mayoría civiles. Muertes que no tuvieron propósito alguno: no se liberó un prisionero de guerra luego del bombardeo, el ejército aliado no avanzó ni un centímetro luego de esa acción militar. Vonnegut sugirió que el único beneficiario de ese bombardeo había sido él mismo: además de haber sido condecorado con el Corazón Púrpura, las ganancias por «Matadero Cinco» podían equipararse aproximadamente a 5 dólares por cadáver. Las muertes civiles de Dresde superaron por muchos miles a las de bombardeos masivos como el de Hiroshima y Nagasaki. A partir de entonces, puede pensarse que los bombardeos más recientes pueden tener el mismo objetivo: ninguno, o uno que no parezca justificable.
Los sobrevivientes de la masacre de Dresde, entre los que estaba Vonnegut, tuvieron que ayudar a remover y enterrar los cuerpos que encontraron en las calles, en sus casas o en sus refugios fallidos. Al pasar los días, resultaba más eficiente incinerar los muertos o calcinarlos con lanzallamas, incluso en los sitios donde eran hallados. Según Vonnegut, toda gran ciudad, más que un tesoro nacional, representa un tesoro del mundo, así que la destrucción de cualquiera de ellas es una verdadera catástrofe planetaria. Esta historia de Kurt Vonnegut está ligada a una época en la cual, según sus palabras, todas las clases sociales compartían sacrificios y se arriesgaban en favor de la idea de la igualdad. Por ello, estaban convencidos de que no sólo era un deber, sino un honor matar o morir en tiempos de guerra. A «Matadero Cinco» le puso un segundo título, «La Cruzada de los Niños», haciendo referencia a los jóvenes que sirvieron de carne de cañón en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, como él mismo reflexionaría años más tarde, quizá en alguna conversación con su colega Heinrich Böll, el promedio de edad de los cadáveres combatientes en esa guerra fue de 26 años. Los cuerpos de los soldados norteamericanos muertos en Vietnam promediaban los 20 años de edad, comparativamente, una verdadera cruzada infantil. Qué bueno sería que las nuevas generaciones leyeran a Vonnegut. Sus historias sobre la autodestrucción humana siguen vigentes.
Leyendo a Vonnegut, se intuye que disfrutaba de la buena música (o que la música, en general, le parecía buena) y que le gustaba el arte. De hecho, Vonnegut cuenta que se inspiró en un reportaje que le fue comisionado sobre Jackson Pollock, para escribir su novela «Barba Azul». En su último libro, Vonnegut sugiere para su propio epitafio: «La única prueba que necesitó para la existencia de Dios fue la música.»
Su agudo sentido del humor es dominado por el tono sarcástico de su voz literaria. «Matadero Cinco» fue prohibida en varias instituciones educativas, pero fue de hecho alimento para una hoguera, por órdenes de Charles Mc Carthy, director de una escuela de Drake, en el estado de Dakota del Norte, Estados Unidos.
Un año después de conocer «Matadero Cinco», Miguel me obsequió «Desayuno de Campeones». Cualquiera que haya disfrutado de la idea de un personaje del cine que se sale de la pantalla, como fue bellamente lograda por el también genial Woody Allen en su «Rosa Púrpura del Cairo», debería disfrutar de esta novela llena de reflexiones sobre la vida, en la que uno de los personajes de un escritor escapa de su obra y termina por reclamarle a su autor el don de la juventud. En varios de mis libros de este autor, hay una advertencia para el lector, que dice, poco más o menos: «Asegúrese de tener una buena reserva de las novelas de Kurt Vonnegut, Jr. Como estarán de acuerdo todos los que conocen sus obras, Vonnegut es definitivamente enviciador.» Doy fe de este vicio llamado Vonnegut. Ni qué decir de sus cuentos y ensayos.
Como era de esperarse, Kurt Vonnegut (quien, por supuesto, nunca se enteró de mi existencia) encontró otro adepto en mí. Aún cuando yo todavía no sospechaba que compartía con él gustos triviales, como el de considerar al edificio Chrysler de la ciudad de Nueva York, esa aguja de acero que hiende el cielo de la gran metrópolis, como mi edificio favorito. O que teníamos otras coincidencias sorprendentes, como tener un hermano llamado Bernardo, o disfrutar de la fotografía. O tener una visión que, además de ser binocular, es agnóstica. En fin.
Gozar de sus juegos de palabras se da por sentado. Llamar «Jack the Dripper» (Jack el Desparramador) a Jackson Pollock es algo más que sorprendente. Inventar extraterrestres benévolos que sólo se comunican mediante pasos de tap-dance y pedos es más que un juego. Crear religiones cuyos líderes desdicen de su creador no es simplemente una burla. Ceder la autoría de sus relatos a sus propios personajes resulta, por lo menos, ingenioso. Considerar a la antropología como «una rama de la poesía», es sencillamente magistral.
Kurt Vonnegut opinaba que no se podía ser un buen escritor de narrativa seria si no se estaba deprimido. Vonnegut sabía que usualmente andaba pensando en la maldad humana, aunque se consideraba una persona que, en general, y por principio, creía en la bondad, idea que resumía su definición del humanismo.
Mi colección personal creció con su opera prima, «La Pianola»; sus obras ficticias, que él mismo atribuyó a su personaje Kilgore Trout; la novela que escribió su hijo luego de su propia experiencia con la esquizofrenia (al parecer, un desorden maníaco-depresivo mal diagnosticado).
Su descripción del hielo-9, una sustancia química capaz de congelar el agua de todo el planeta, nos presenta una visión apocalíptica del mundo. Es precisamente en «Cuna de Gato», otra novela premonitoria acerca de las grandes malas ideas de la humanidad, que termina destruyendo su propio planeta, donde se explora la condición humana desde una perspectiva humanista. El inventor de esa sustancia terrible, el hielo 9, que puede representar la analogía con el poder destructivo de la energía atómica, era el profesor Hoennikker. Alguna vez, leyendo sobre los descubrimientos de la física, me enteré que la materia no sólo tenía las conocidas formas de sólido, líquido, gas y plasma, sino que, a partir de los experimentos de Einstein y Bose, había un quinto estado llamado hielo cuántico; no tuve más remedio que pensar en el hielo-9. Como muchos genios, Hoennikker era asaltado por dudas que podían parecer irrelevantes. Por ejemplo, si los cuellos de las tortugas se doblaban o se telescopaban al esconderse en sus caparazones.
En otra inspiradora coincidencia, pude responder, por lo menos parcialmente, a esa duda. Una noche, durante mi formación como radiólogo, tuve la oportunidad de examinar algunos especímenes de la Podocnemis expansa, que, según la amiga bióloga que me las presentó, era la tortuga de agua dulce más grande del planeta. Inicialmente tomamos radiografías de unas pequeñas crías de estos reptiles, provenientes de la orinoquia colombiana, con la intención de poder estudiar con rayos X algún espécimen adulto, para determinar si era posible detectar los huevos en su interior, algo así como una prueba de embarazo para tortugas (o para biólogas y radiólogos).
A mi amiga, la bióloga, nunca la volví a ver. ¿Acaso regresó del Orinoco? De esta anécdota, que prefiero pensar que le habría causado gracia a Vonnegut, conservo aún el recuerdo imborrable de la columna cervical formando una S para ocultar la cabeza de su dueña, una pequeña Podocnemis que había sido víctima de un intento de cacería, como pudimos diagnosticar al descubrir un anzuelo en su garganta. El profesor Félix Hoennikker habría quedado satisfecho, con una prueba tan definitiva como una radiografía de una tortuga con su cabeza retraída dentro de su caparazón. Como nota al margen, con esas radiografías también aprendí que las tortugas tienen tres pares de clavículas.
«Abracadabra» fue una historia a pedazos, escrita en trozos de papel por otro autor ficticio, un convicto cuyas ideas fueron recopiladas para formar «Hocus Pocus», un recurso literario que más tarde sería usado por Héctor Abad Faciolince en su «Basura».
En «Domingo de Ramos», además de tratar temas autobiográficos diversos, Vonnegut hace una evaluación de sus obras publicadas hasta ese momento. Cualquiera que desee conocer a Vonnegut debería comenzar por las novelas que él mismo considera entre sus favoritas, además de las ya mencionadas: «Dios lo Bendiga, Señor Rosewater», «Las Sirenas de Titán», «Madre Noche» y «Jailbird», título que, según Vonnegut supo, había representado dificultades para sus traductores, pues no es fácil encontrar en idiomas diferentes al inglés una palabra que haga referencia a una persona que ha sido encarcelada varias veces. Más que un preso, se refiere a alguien que ha permanecido tras las rejas la mayor parte de su vida.
Su última novela fue «Timequake». Publicada en 1997, narra lo sucedido en el futuro: el 13 de febrero de 2001, el Universo sufre una crisis de auto confianza. ¿Debería seguir expandiéndose? ¿Con qué objeto? Un movimiento telúrico excepcional, que produce una especie de sismo temporal, un «terremoto de tiempo» que lleva a una regresión de diez años. Como sólo podría habérsele ocurrido a Vonnegut, la humanidad entera quedó condenada a vivir de nuevo cada instante de la última decada, pero sin la posibilidad de cambiar nada, es decir, reviviendo cada decisión, cometiendo los mismos errores, en lo que Vonnegut describe como una carrera de obstáculos de su propia invención. Es posible que Vonnegut haya escrito «Timequake» como reacción a la muerte de su hermano mayor, un científico fallecido unos días antes del 25 de abril de 1997, casi exactamente diez años de su propia muerte. El que el sismo temporal que él inventa sea de una década puede ser otra coincidencia sorprendente (y otra coincidencia sorprendente: uno de mis hermanos mayores cumple años el 25 de abril).
Pero, sin lugar a dudas, la obra de Vonnegut que más me impactó fue «Galápagos». En ella, el hijo de su personaje Kilgore Trout muere decapitado en el astillero en el que trabajaba durante la construcción del barco «Bahía de Darwin». (Yo he dicho que los radiólogos somos «voyeuristas de oficio».) En una muestra de «voyeurismo» insaciable, Trout decide no avanzar hacia el túnel azul que lleva a la otra vida, y escoje permancer como observador de la especie humana durante un millón de años. «Galápagos» es la narración de la evolución a partir del último viaje del «Bahía de Darwin», cuyo fantasma describe los eventos que llevan a la destrucción de la especie humana, y su transformación final en una especie de cerebros mucho más pequeños, una especie mucho más primordial y alegre que los humanos de 1986, los de un millón de años atrás.
El pasado viernes 13 de abril, recibí de Miguel la noticia de la muerte de Kurt Vonnegut. Una muerte que quizá a él mismo le habría causado gracia: rodó por las escaleras de su casa, y falleció como consecuencia de sus lesiones. Como radiólogo, imagino contusiones y hematomas. También imagino que Miguel, como neurólogo, habrá pensado igual. Qué oportuno, Miguel. Sé que nunca podré olvidar a ese autor ni al amigo que me lo presentó.
En su último libro, «Un hombre sin país», Vonnegut cierra con un «Requiem»:
El crucificado planeta Tierra
si encontrara una voz
y el sentido de la ironía
perfectamente diría
de nuestro permanente abuso
«Perdónalos Padre,
Pues no saben lo que hacen.»

La ironía sería
que supiéramos
lo que hacíamos.

Cuando el último ser viviente
haya muerto por nuestra cuenta
qué poético sería
si La Tierra pudiera decir
en una voz que flotara
quizá
desde el fondo
del Gran Cañón
«Está hecho.»
A la gente no le gustaba esto.

Para terminar, yo tendría que cerrar con algo que para Vonnegut sería el mejor chiste: «Kurt debe estar ahora arriba en el cielo».
(Y si llegué a conocerlo a través de sus escritos, me permito imaginar que estaría riendo. Y que habría elegido no caminar por el túnel, sino observarnos durante el siguiente millón de años. Hasta luego, Sr. Vonnegut. Amén.)

lunes, 16 de abril de 2007

¿Qué hay en un nombre?

Esta entrega de El poder de la palabra trató el tema del nombre de la especialidad médica a la cual me dedico.

Boletin Imágenes, Asociación Colombiana de Radiología 2003; 9(2):10. www.ACRonline.org

Tengo la certeza de que «soldado avisado» también muere en guerra, y no se salva, al contrario de lo que afirma el conocido refrán. Así, como lo anuncié en una columna previa, voy a explayarme acerca del nombre de nuestra especialidad. La reciente editorial de la Revista Colombiana de Radiología sobre el término imagenología (1) frente a imaginología, me ofrece la excusa perfecta para ocupar mi tiempo —y el de mis lectores— en una disertación sobre una palabra que intenta definir lo que escogimos como forma de vida. ¿Qué más podía pedir?
Estoy plenamente convencido de que un idioma crece como resultado de la evolución misma de las civilizaciones. Sin embargo, hay normas y reglas que evitan que esta evolución sea anárquica y que se adopten términos que lleven a la pérdida de la identidad de las comunidades que utilizan o pretenden utilizar un mismo lenguaje. Por ello estoy de acuerdo en que resulta exagerado afirmar que no existen aquellos términos que no aparecen en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (2). De hecho, aunque sea el que representa la oficialidad, está claro que no es ése el único diccionario disponible. Algunos eruditos han hecho esfuerzos enormes por recopilar, en tomos independientes, y agrupadas por características comunes, las palabras que usamos en el español, desde los regionalismos (3) hasta los tecnicismos (4,5), pasando incluso por lo maligno (6). Justo antes de enviar al Boletín esta columna en su versión final, me recomendaron un divertido diccionario acerca del mal uso del español (7), cuya referencia incluyo para deleitar la mente.
El idioma ha evolucionado a tal punto que hay casi tantos diccionarios como áreas del conocimiento, e incluso se consiguen textos dedicados a aspectos tan cotidianos en el idioma como la ofensa verbal (8). El interés por la terminología no es un fenómeno nuevo en el idioma español: la «Sinonima delos nombres delas medeçinas griegos e latynos e aravigos », obra anónima del siglo XIV, es el primer ejemplo del esfuerzo de algunos eruditos por recopilar términos técnicos en diccionarios, glosarios y enciclopedias, para remplazar en nuestro idioma la nomenclatura en latín, o los términos latinizados de origen árabe o griego (9). Siempre que una palabra haya nacido conforme a las reglas y sirva para expresar un concepto para el cual no exista otro término, tendremos que aceptar que su uso es válido (2). Pero cuando existan términos aceptados por la academia, o normas que estipulen la manera de transformar las palabras desde sus étimos, debemos propender por el uso del español correcto.
Para hacer una prueba del uso de los términos en conflicto, acudí a tres motores de búsqueda en la «Tela Totius Terrae», nombre en latín para «World Wide Web»(10), con resultados interesantes: en Google, imagenología arrojó 5700 entradas (93 %), contra 386 para imaginología (7 %); en Altavista, imagenología apareció en 3243 entradas (94 %), mientras que imaginología lo hizo en 215 (6 %); en Vivísimo, imagenología tuvo 5220 entradas (93 %), e imaginología, 384 (7 %).
En promedio, imagenología aparece en estos tres motores de búsqueda 4631 veces (93 %), con una desviación estándar de 1013,63, mientras que el término oficialmente aceptado por la RAE, imaginología, lo hace sólo 324 veces (7 %), con una desviación estándar de 94,56. No parece necesario hacer estos cálculos estadísticos ni otros más complejos para dictaminar que la diferencia es significativa, a favor del término «incorrecto». Los dos términos han sido motivo de controversia y de posiciones extremas.En un grupo internacional de traductores profesionales de biomedicina, algunos han llegado a sugerir que ninguna de las dos opciones es válida, por cuanto combina étimos del latín y el griego(sic): «Ninguna de las dos formas es correcta. Nombres de especialidades formados con el sufijo griego -logía, exigen el uso de una raíz griega, nunca española ni latina. ¿Iconología?» (11). Sin embargo, no aceptar los híbridos grecolatinos en la terminología médica eliminaría de un tajo a cientos de términos técnicos.
Por otra parte, el uso no es el único criterio válido para aceptar un término. Si así fuera, tendríamos que aceptar como correctas las formas «líbido» (12) y «éstasis», simplemente porque muchas personas cometen el grave error de acentuarlas como esdrújulas, en vez de hacerlo como corresponde, es decir, con acento grave (que no es lo mismo que con grave acento): libido y estasis. Al surgir la especialidad de la radiología hubo cierta controversia alrededor del nombre con el que se conocería. En su primera presentación pública ante la comunidad científica, Wilhelm Conrad Röntgen sugirió el término «rayos X» para designar su descubrimiento. En esa misma reunión, el anatomista Albert von Kölliker propuso darles a estos rayos el nombre de su descubridor, recomendación aplaudida en forma entusiasta por los asistentes a la reunión de la Sociedad Físico-Médica de Wurzburgo, el 23 de enero de 1896 (13).
Usando sufijos griegos como «grama» (γραμμα, mensaje escrito) o «grafos» (γραφος, escribir), el ortopedista alemán Carl Thiem propuso el término Röntgographie. Arthur Goodspeed, profesor de física de la Universidad de Pensilvania, acuñó el término «radiografía» para las imágenes obtenidas mediante este método (13). El término ha sobrevivido al paso del tiempo, hasta convertirse, por el uso erróneo, en sinónimo del fenómeno físico con el que se producen las imágenes. Por lo tanto, cuando nos referimos al uso de rayos X para producir una imagen del tórax, no es correcto decir «rayos X del tórax», sino «radiografía del tórax». El término «radiología» se atribuye al padre de la especialidad en Francia, Antoine Béclère. El prefijo «radio» se aprovechó para la descripción del descubrimiento de los esposos Curie, la «activité radiante» o «radio-activité». Agregando el sufijo «grafía» surgieron varios nombres para describir la especialidad, en los que se combinan prefijos del mismo origen griego, como «skia» (σκια, sombra) «pykno» (πικνω, denso), «aktino» (ακτινω, rayo), «día» (δια, a través, penetrante), «skoto» (σκοτω, oscuro, tinieblas) y «krypto» (κριτω, oculto) (13).
A Tomás Edison le debemos el término «fluoroscopia», con el que describió el aparato que se basaba en el fenómeno de fluorescencia para la observación con rayos X. Pero el más original de los términos utilizados es un ejemplo de la literatura no médica, cuando en una edición de 1897 del periódico «London Globe» se denominó a la radiología como «El nuevo Ituriel». Esta descripción hacía referencia a un personaje del cuarto libro del «Paraíso perdido» de John Milton (1608-1674): el diablo, disfrazado de sapo, pretendía seducir a Eva durante el sueño. El ángel Ituriel, que había sido enviado para proteger a los dos mortales, descubrió esta treta y con su espada tocó al sapo que se encontraba hablando al oído de Eva. Inmediatamente, el sapo se reveló en su verdadera naturaleza, como Satanás. La analogía entre los rayos X y el ángel Ituriel resulta poética: ambos representaban la fuerza que «revela la verdadera naturaleza de las cosas»(13).
Entonces, ¿imaginología o imagenología? Lo cierto es que de los dos, el único término que hasta el momento de escribir estas letras ha sido oficialmente aceptado (14) es el que lleva la i, imaginología. Desde el Departamento de Filología Clásica e Indoeuropeo de la Universidad de Salamanca (15),me explicaron que la norma etimológica dice que las palabras latinas llegan al español desde su forma en acusativo. Para reconstruir todos los casos del latín al español, los diccionarios indican para los sustantivos las formas de nominativo y genitivo, como en «imago, imaginis». En algunas condiciones, la letra i breve evoluciona al español en la letra e, de donde se explica el paso del mismo étimo a «imagen, imaginología». Esto puede significar que al atribuirles a los dos términos el mismo origen, se esté desconociendo la norma evolutiva que transforma las palabras desde el latín al español. ¿Y por qué tenemos que acuñar un término que aclare que la especialidad abarca diferentes imágenes médicas, no sólo las producidas con rayos X? Me atrevo a pensar que es el resultado de la necesidad de traducir el término inglés «imaging». ¿Otra cesión a la dominación anglosajona?
Se ha estimado que la población crítica de usuarios que se requiere para poner en peligro de extinción a una lengua es de 100.000 personas (16). Claramente, el español está lejos de ese destino. Pero eso no significa que no resulten dañinos los ataques lesivos que a diario sufre nuestro idioma cada vez que pretendemos relajar las normas que lo rigen y que lo mantienen vivo.¿Era realmente necesario un mandato de la Sala Plena de la Corte Constitucional de Colombia para declarar exequible la expresión «e imágenes diagnósticas» al definir la radiología (17)?
Por eso insisto en que yo no soy imagenólogo, ni quiero que me llamen imaginólogo. Prefiero ser reconocido como radiólogo, aceptando lo que en el fondo eso pueda significar: que soy voyeurista de oficio.
Bibliografía
1.Bermúdez, S.: ¿De la imagen a la imagenología?... ¿O a la imaginología? Revista Col de Radiología 2002; 13(3): 1172-1173.

2.Hernández, A.: ¡Esa palabra no existe! [consulta: 07.17.2003].

3.Montes, J.J.: Estudios sobre el español de Colombia. Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo LXXIII, Bogotá, 1985.

4. Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales: Diccionario esencial de las ciencias. Espasa Calpe, S.A., Madrid, 2001.

5.Collazo, J.L.: Diccionario enciclopédico de términos técnicos inglés-español, español-inglés. Mc Graw-Hill, México,2001.

6.Bierce, A.: Diccionario del Diablo. Edimat Libros, S.A., Madrid, 1998.

7.Castro, X.: Diccionario de burradas.< http://xcastro.com/portera.html > [consulta: 07.27.2003]

8.Luque, J.D., Palies, A., Manjón, F.J.: Diccionario del Insulto. Ediciones Península, Barcelona, 2000.

9.Gutiérrez, B.M.: Evolución del lenguaje científico a través de los diccionarios: el caso de la medicina. Panace@ 2000: ; 1(2): 27-37. [consulta:17.06.2003]

10.García, I.: Lingva latina in interrete trivmphat (El latín triunfa en internet). [consulta:01.06.2003].

11.Medtradiario. . [Consulta 07.17.2003].

12.Noguerol, M.: Comunicación personal, a través del Foro de Traductores Profesionales de Biomedicina. [Consulta 07.04.2003].

13.Eisenberg, R.L.: Radiology: An Illustrated History. Mosby Year Book, St. Louis, 1992.

14.Departamento de español al día. Real Academia Española. [Consulta mayo 2003.]

15.Cortés, F.: (Departamento de Filología Clásica e Indoeuropeo, Universidad de Salamanca) Comunicación personal. [Consulta 07.17.2003].

16.Asociación Colombiana de Radiología: Sentencia C-038/03. Boletín Imágenes 2003; 9(1):6-8.

17.Bernárdez, E.: ¿Qué son las lenguas? Alianza Editorial, S.A. Madrid, 1999.

domingo, 8 de abril de 2007

Éste(a), este(a) , ese(a), ése(a)

Cuando son adjetivos, no llevan tilde, cuando son pronombres pueden ser tildados, especialmente si pueden causar confusión. Son adjetivos cuando acompañan a un sustantivo.
Ejemplos de adjetivo (con sustantivo):
Este catéter.
Esta aguja.
Esta guía.
Esa radiografía.
Este examen.

En todos esos casos, preceden a un sustantivo: son adjetivos. Se puede pensar que nos están mostrando el objeto (o la persona a la que se hace referencia: Este catéter que le estoy mostrando, este catéter que tengo en la mano, esta señora que está parada junto a mí.

Si se eliminan los sustantivos, se convierten en pronombres. El sustantivo desaparece, ya no nos están mostrando nada ni nadie.
Éste me parece mejor (un catéter, por ejemplo).
A través de éste (un introductor vascular, por ejemplo).

Desde 1952, la Real Academia Española dijo que la norma no era obligatoria, excepto cuando puede haber confusión:
Este paciente con este catéter y este introductor solamente.

Este paciente: adjetivo (este) antes de sustantivo (paciente): no lleva tilde.
este catéter: adjetivo (este) antes de sustantivo (catéter): no lleva tilde.
este introductor: posible confusión:
¿este introductor que tengo aquí en mi mano es el que vamos a usar en el único paciente del que estamos hablando? Entonces, no lleva tilde.

¿Vamos a atender a dos pacientes? Uno, que usted me señala con un dedo (este paciente) con este catéter que me está mostrando en su mano derecha, y un segundo paciente, que me señala después, al que solamente vamos a ponerle un introductor vascular? En ese caso, el segundo lleva tilde:
Este paciente con este catéter y éste (pronombre que remplaza al sustantivo, otro paciente) con introductor solamente.

No es tan fácil como que las palabras graves terminadas en vocal, n o s no llevan tilde, de ser así, por supuesto que esta palabra (este, ese) no llevaría tilde nunca.

Para evitar confusiones, podría haber dicho: Don Carlos (este paciente) con el catéter azul, Don Pedro (éste) con el introductor solamente.
Este que está acá atrás no necesita tildes, pues no genera confusión, excepto si se dice muy rápido o se pronuncia con el típico acento costeño del caribe colombiano, en cuyo caso las tildes tampoco ayudarían:

Etequetacatrá

De implantes, prótesis, espirales y otros enredos

Otra opinión sobre el uso y abuso de términos técnicos especializados, con algunas implicaciones prácticas para los pacientes y su relación con quienes pagan por sus servicios. Próximamente aparecerá publicada como editorial de la Revista Colombiana de Radiología, órgano oficial de la Asociación Colombiana de Radiología.

Como radiólogo intervencionista, en varias oportunidades he sido consultado acerca de casos clínicos en los cuales he tenido que intervenir a un paciente y he dejado en su organismo diversos tipos de materiales, como parte de un tratamiento dado. El uso de los términos que describen los materiales que utilizamos a diario en radiología intervencionista puede causar controversia, especialmente cuando se presentan querellas relacionadas con el cubrimiento de dichos materiales por parte de terceros pagadores, como lo son algunas empresas aseguradoras y las empresas promotoras de salud (EPS), así como el Plan Obligatorio de Salud (POS).
Resulta una feliz coincidencia el que la retórica, la semántica y el uso adecuado de la terminología médica, sean áreas del conocimiento que me interesan especialmente, como pueden dar fe mis escritos al respecto, el hecho de haber estado involucrado en labores editoriales desde hace varios años, y el pertenecer a un foro internacional de traductores médicos.
A pesar de mis intereses en estos temas, sé que yo mismo he cometido errores terminológicos o semánticos que pueden haber llevado a confusión a la hora de elaborar informes u otros escritos acerca de la atención de mis pacientes. También soy consciente de que algunos de los puntos que aquí expongo han sido tratados en mis columnas previas; justifico mi reiteración de estos conceptos con base en que estas explicaciones pueden servir para ayudar a resolver conflictos relacionados con el cubrimiento o pago de dichos materiales por diferentes EPS. Si mis opiniones semánticas pueden servir de referencia para agilizar los trámites administrativos que se han vuelto habituales en nuestra práctica, y que con frecuencia obstaculizan la atención oportuna de nuestros pacientes, me daré por bien servido.
Los términos stent, prótesis, endoprótesis e implante son sólo algunos ejemplos que pueden prestarse a discusión. La definición de prótesis puede implicar el remplazo de un órgano, lo cual no es exactamente el caso de las mallas o «endoprótesis». Vale la pena recalcar que la palabra «prótesis» viene del griego, significa «adición», y, en el lenguaje médico, se ha asociado no sólo con la sustitución de la estructura sino de la función. El que no siempre se logren ambos objetivos no parece relevante para su definición.
Desde hace varios años he sugerido a mis alumnos y colegas el evitar el uso del término en inglés stent, adoptado por muchos con el argumento de que se trata de un nombre propio. La historia de la medicina es otra de mis áreas de interés, lo que equivale a aceptar que, en la mayoría de los casos, estaré por principio de acuerdo en rendirle homenaje a los personajes que forjaron nuestra profesión. Sin embargo, es tan grande la distancia entre el invento odontológico del Dr. Charles Stent y los elementos que se implantan para corregir la función de las estructruras en las que se depositan, que considero preferible nombrarlos con un vocablo en español, como seguramente estarán de acuerdo muchos académicos con mayor experiencia que yo en cuestiones lingüísticas.
La discusión apenas comienza: para algunos, la función de recuperación de la permeabilidad que ofrecen las «endoprótesis» puede perfectamente asimilarse a la definición general de prótesis; para otros, un término que puede abarcar el mismo concepto, pero que también ha sido controversial, es «implante». De hecho, hay quienes alegan que el término «implante» lleva a la asociación con elementos de uso estético. Es probable que dicha asociación sea uno de los argumentos de las empresas pagadoras de servicios de salud para no autorizar su pago: muchos de los procedimientos estéticos, con la posible excepción de algunos con indicación claramente reconstructiva o de reparación de la función, no son cubiertos por los pagadores externos.
Si acudimos a la definición de «implante» y «prótesis», del diccionario de la Real Academia Española, quizá lo único que queda claro es que toda prótesis es un implante, pero no todos los implantes son prótesis:
Implante 2. m. Med. Aparato, prótesis o sustancia que se coloca
en el cuerpo para mejorar alguna de sus funciones, o con fines estéticos.
Prótesis 1. f. Med. Procedimiento mediante el cual se repara artificialmente la falta de un órgano o parte de él; como la de un
diente, un ojo, etc. 2. f. Aparato o dispositivo destinado a esta reparación.
La adopción de esta definición ha recibido críticas, pues es bien sabido que el diccionario de la Real Academia Española no recopila términos técnicos.
Últimamente, he optado por el término «implante endovascular» para referirme a un «stent», o «implante endoluminal» cuando dicho elemento no se encuentra en un vaso sanguíneo sino en la luz de algún otro conducto. Cuando no lo uso de manera genérica sino específica, el «apellido» del implante hace alusión a la región anatómica en donde se aplica, como en los implantes utilizados en el sistema urinario (implante ureteral), el tubo digestivo (implante esofágico) o los conductos biliares (implante biliar), entre otros. En muchos casos, el implante utilizado cumple una función vital: la de restablecer la comunicación entre los conductos o vasos sanguíneos obstruidos por cualquier causa.
Igual de interesante resulta el uso del término «coil», también de origen en la lengua inglesa. En este caso, se trata de una espiral metálica, utilizada para ocluir vasos sanguíneos. La oclusión de los vasos sanguíneos, también conocida como embolización, se utiliza para detener hemorragias o para inducir a la involución de algunos tumores, a los cuales se les obstruye su irrigación sanguínea mediante estas espirales o «coils». Este último vocablo es del idioma inglés. Aunque coloquialmente lo utilizo, no estoy de acuerdo en usar ese nombre en un reporte, un inventario o una lista oficial de materiales o procedimientos.
Este material es también utilizado para rellenar aneurismas y excluirlos de la circulación sanguínea, controlando o evitando así su ruptura. Para la embolización también se usan sustancias líquidas, partículas de diferente tipo, o balones que se inflan y se dejan en el interior del organismo; todos cumplen la misma función de oclusión temporal o permanente de los vasos sanguíneos. En los aneurismas intracraneanos y en otros tipos de sangrado, las espirales también pueden cumplir con una función vital: la de evitar una hemorragia que puede tener consecuencias fatales. Según la localización anatómica del aneurisma, la embolización por vía endovascular puede ser la única opción para su tratamiento, con ventajas sobre las técnicas quirúrgicas convencionales. En estas embolizaciones, no se puede homologar una espiral a una prótesis. No tienen funciones similares, y no parece lógico sugerir siquiera que una espiral puede ser equivalente a una prótesis.
Quizá la mayor importancia de la terminología utilizada es que los pagadores de dichos servicios han determinado que, en muchos casos, no cubren los costos de diversos tipos de prótesis y de otros materiales. Uno de los argumentos comúnmente esgrimidos es tan flojo como irracional: todo elemento que queda en el cuerpo es considerado una prótesis, y por lo tanto, no se incluye su cubrimiento. La autorización de un procedimiento sin la aprobación de los elementos necesarios para completarlo parece una estrategia diseñada específicamente para obstaculizar el tratamiento requerido por un paciente, con las consecuencias implícitas en este retardo en la atención.
Un implante endovascular no se usa con fines estéticos; prótesis endovascular o endoprótesis son términos sinónimos de implante endovascular o «stent», y, en algunos casos, pueden ser la única alternativa de tratamiento. Una espiral o «coil» no es lo mismo que una prótesis, ni cumple su misma función.
A la hora de cubrir los costos de diferentes tipos de procedimientos, es bastante común que las empresas pagadoras autoricen un procedimiento dado, pero no los materiales indispensables para llevarlo a cabo. Por ello, la interpretación inadecuada de estos términos puede resultar en el traslado de una responsabilidad monetaria a un usuario que ha pagado por un servicio que no es cubierto con base en cuestiones semánticas, nunca médicas.
En aras de la claridad, mi recomendación es preferir el término implante endovascular sobre sus sinónimos, endoprótesis o prótesis endovascular, y equivalente al término en inglés stent. El término espiral puede usarse como traducción del coil del inglés; los implantes endovasculares y las espirales son elementos completamente diferentes, que cumplen funciones que pueden llegar a ser opuestas y que no deben asumirse como sinónimos.
La radiología intervencionista se ha establecido como una ingeniosa alternativa terapéutica, y no debe representar una oportunidad para las extensas disquisiciones semánticas, que han surgido en busca de una posición, de otra manera indefendible, con la que parece que se pretendiera favorecer a grupos de interés distintos a los pacientes.

lunes, 2 de abril de 2007

Etimología infantil

Una reciente tarde cualquiera, mi esposa fue a recoger a María José, nuestra hija mayor, al finalizar su jornada preescolar. Caminaban junto con nuestra mascota, una vivaz ejemplar de la raza Beagle que responde al nombre de Anna Bertha, nombre escogido por el radiólogo de la casa, en remembranza de la esposa del descubridor de los rayos X (1).
Les faltaba poco para llegar, cuando una vecina del barrio las detuvo, demostrando gran interés por la perrita. Elogió sus atributos físicos, evidentemente heredados de su padre, un bello ejemplar argentino, campeón de la raza. Insistió en su interés por adquirir alguno de los descendientes de Anna Bertha, y en que debían avisarle cuando se tomara la decisión de cruzarla.
Quizá olvidando que los Beagle vienen en tamaños de trece y quince pulgadas (2), y probablemente con la intención de impresionar acerca de sus conocimientos de la raza, antes de despedirse, la vecina quiso saber si nuestra mascota era un ejemplar de los de «siete pulgadas».
Unos pasos más adelante, María José, que había prestado más atención a la conversación de lo que hubiéramos anticipado, demostrando un prematuro y enorgullecedor interés por las palabras y su significado, e inocente de las controversias históricas generadas alrededor del uso –o desuso- del sistema métrico, quiso aclarar una duda etimológica, que consideramos muy apropiada para sus casi seis años de edad:
-Mamá-, preguntó, -siete pulgadas son … ¿siete días de pulgas?


1. Mould, R.F.: Invited review: Röntgen and the discovery of X-rays. Br J Radiol 1995; 68:1145-1176.
2. Pisano, B.: El beagle. Editorial Hispano Europea S.A. Barcelona, 1999.


Publicado en: Panace@. Boletín de Medicina y Traducción. Vol V No 17-18, 2004.

Normal

La definición de normalidad puede basarse en parámetros numéricos o en apreciaciones subjetivas. Establecer rangos de normalidad numérica es una tarea difícil, que implica tener en cuenta una gran cantidad de factores personales, ambientales y otros, que pueden ampliar el rango de valores «normales».
Si se va a citar un número como valor normal, es importante saber si la metodología utilizada para establecer dichos límites tuvo en cuenta la variabilidad antropométrica y otros factores, como los nutricionales y raciales. Algunas de las escalas numéricas que usamos a diario no se pueden aplicar a todas las poblaciones, no sólo por tener características diferentes a las de la población estudiada para elaborar dichas escalas, sino porque pueden haber sido elaboradas con base en una muestra no representativa de la población general.
Cada vez que me preguntan cuánto debe medir normalmente alguna estructura anatómica, recuerdo a mis alumnos que no siempre es fácil decidir cuándo o cuánto es «normal». Incluso cuando no se detectan anormalidades, algunos exámenes diagnósticos no descartan que existan lesiones; para evitar errores, la normalidad debe tratarse con precaución (1).
Tenía razón el poeta Sabines (2), al sugerir que una de las mejores maneras de encontrar definiciones es en el lenguaje infantil, cuando relata una anécdota lingüística de su hijo:
«A los tres años y medio, Julito aprende nuestro idioma después
de habernos enseñado el suyo. Y su facultad de aprender es mayor
que la nuestra de olvidar. Son muchas las voces que nos ha dado y
de las cuales no podemos deshacernos. »
Por eso, cuando en la práctica diaria me preguntan acerca de la normalidad, no puedo dejar de mencionar el siguiente diálogo entre Esperanza, mi esposa, y nuestra hija menor, María Lucía, quien con sus casi cuatro años aporta más que una pequeña luz sobre el tema:
-No me gusta que me regañes, Mamá.
-No te estoy regañando, amor mío. Sólo que cuando estás necia tengo que hablarte así para que me entiendas.
-Pero no siempre estoy necia, mamá. A veces soy normal.

1. Robinson PJ. Radiology’s Achilles’ heel: error and variation in the interpretation of the Röntgen image. Br J Radiol 1997; 70: 1085-1098.
2. Sabines J. Recuento de Poemas 1950-1993. Editorial Joaquín Mortiz, S.A. de C.V. México 1997.

Publicado en: Panace@. Boletín de Medicina y Traducción. Vol V, No. 16, Junio 2004.

De Algunos Nombres Impuestos, Indispuestos y Mal Puestos

La segunda entrada de la columna El poder de la palabra, publicada en:

Boletin Imágenes, Asociación Colombiana de Radiología 2003; 9(2):10. www.ACRonline.org

En español, se tildan algunas palabras, o se escriben de maneras peculiares, para diferenciarlas de sus homófonas. Por ello, existen las grafías «sicosis» y «psicosis», para referirse, respectivamente, a una afección cutánea y a una mental. No imagino un escenario clínico en el que un psiquiatra le haga una consulta a un colega dermatólogo por el caso de un paciente sicótico con sicosis, pero, si se invierte el orden de los factores, podríamos tener un paciente cuya sicosis de la barba «lo tiene loco», en cuyo caso, la interconsulta sobrepasaría los límites de la semántica.
En el clásico «te invito a tomar el té», tildamos la infusión para diferenciarla de la segunda persona. Ambos son ejemplos curiosos, pues en la práctica no parece existir una posibilidad real de confusión, pero malos ejemplos y nombres mal puestos abundan en el español y en el léxico médico.
Cada vez que hacemos una ecografía obstétrica, buscamos un corte axial o transversal del cráneo fetal y medimos la distancia entre la tabla externa del hueso temporal más cercana al transductor y la tabla interna del mismo hueso en el lado opuesto. A la distancia entre los huesos temporales la llamamos, por imposición, diámetro biparietal, aunque por nuestro conocimiento anatómico sepamos que no hay posibilidad de hacer un corte transversal que incluya los huesos (o los lóbulos) parietales y el mesencéfalo (o los tálamos) a la vez. Lo correcto sería llamarlo diámetro bitemporal, pero el nombre mal puesto ya fue impuesto, y difícilmente podrá ser depuesto.
Para formar algunos términos técnicos, recurrimos a las raíces latinas de nuestro idioma, a los aportes griegos o a una combinación de ambos, híbridos que seguramente habrían sido impensables en épocas en las que la cultura romana pretendía dominar el mundo, a expensas de la griega. Así, tenemos expresiones híbridas como radiografía, combinación del latín radius y del griego graphos. Otro híbrido grecorromano es el que resulta de combinar el prefijo griego para- con el latín renum, con el que denominamos a los compartimientos del retroperitoneo que se encuentran por delante y por detrás del espacio perirrenal.
Algunas combinaciones son más coherentes: en la habitación nupcial romana o thalamus era lógico encontrar una pequeña almohada rectangular llamada en latín pulvinar, nombre con el que todavía conocemos a la porción posterior y medial de cada tálamo, cuya forma es rectangular, como la almohada en cuestión. A pesar de la breve ocupación árabe de la península ibérica, el idioma español le debe a los moros muchos de los términos que comienzan con al-, como la almohada o cojín romano del que ya he dicho lo suficiente como para inducir a la apoplejía.
Si no el primero, uno de los primeros en darse cuenta de que en la apoplejía la lesión cerebral está al lado contrario de la sintomatología motora, fue el anatomista italiano Antonio María Valsalva. Para describir hallazgos que se encuentran en el mismo lado de la lesión cerebral que los produce, de la neurología nos viene «ipsilateral», aunque la forma correcta de la raíz latina ipse indica que debe decirse ipsolateral, término que ofrece la supuesta ventaja adicional de evitar cualquier confusión entre ipsi e hypsi , esta última de origen griego, que hace referencia a altura (1). ¿Otro caso de confusión improbable?
Antes de pe y be siempre va eme, excepto en Trendelenburg y en Kienböck, forma correcta de escribir los apellidos de Friedrich, cirujano alemán, y Robert, radiólogo austríaco, respectivamente. Imagen es una palabra grave terminada en ene, que nunca lleva tilde. Lo mismo aplica para examen. El plural de ambas palabras tiene acento en la antepenúltima sílaba; como todas las palabras esdrújulas, llevan tilde exámenes e imágenes. Palabras de uso frecuente en nuestra especialidad, sobre las que ya he llamado la atención (2), pero, como solía decir el famoso cazador de gazapos, Roberto Cadavid, mejor conocido como Argos: «parece que no me leyeran.»
Sería tan grato como sorprendente que, con sólo volverlo a mencionar, desaparecieran por fin las tildes en las formas singulares de las palabras que describen lo que a diario vemos o hacemos en plural. Aunque recientemente se volvió a ventilar el tema de la manera correcta de llamar a la especialidad (3), dejaré para otra ocasión la tentación de explayarme sobre la imaginología, término éste que es el único aprobado oficialmente por la Real Academia de la Lengua Española (4), a pesar de los argumentos que sobre el uso de la forma imagenología se quieran esgrimir (a propósito, ¿por qué no simplemente «radiología», que además de ser gramatical y etimológicamente correcta, tiene ese matiz histórico que nos recuerda de dónde venimos?)
Hay neologismos que nos llegan desde el extranjero y que finalmente son aprobados por el uso, pero, ¿eran realmente necesarios? Vasculatura es sólo cuatro letras más corta que vascularización, pero, aunque el término ya se encuentra implantado en nuestro léxico, yo prefiero no ahorrar esa sílaba y seguir con la impresión de no haber cedido a la dominación anglosajona.
Cada vez que oigo el horrible neologismo longitud «céfalo-nalga», en vez del lógico «cráneocaudal», me pregunto porqué a nadie se le ocurrió «capicúa», que no sólo viene de cabeza y cola, sino que es un término más parecido al «crown-rump» que se usa en inglés, y que, por ser más coloquial que técnico, dificulta su traducción al argot científico. ¿Será que en España, donde algunos se jactan de decirle a las cosas por su nombre, usarán igual de impunemente el término longitud «céfalo-culo»?
Bibliografía

1.Navarro, FA.: Diccionario crítico de dudas inglés-español de medicina. McGraw-Hill Interamericana, Madrid, 2000.

2.Morillo, A.: El informe radiológico y la comunicación científica: una cuestión de estilo. Editorial. Revista Col de Radiología 1997; 8 (2): 60 - 62.

3. Bermúdez, S: ¿De la imagen a la imagenología? ¿O a la imaginología? Editorial. Revista Col de Radiología 2002; 13(3): 1172 -1173.

4. Departamento de Español al día. Real Academia Española. Respuesta a consulta electrónica realizada en mayo de 2003, a través de la página del idioma español, www.elcastellano.org

Las ideas aquí expresadas son personales y no representan la posición de la Asociación Colombiana de Radiología ni de la institución a la que se encuentra vinculado el autor.

El poder de la palabra

El Poder de la Palabra es una columna de opinión sobre lingüística y temas afines, publicada ocasionalmente en el Boletín Imágenes, de la Asociación Colombiana de Radiología. Las ideas aquí expresadas son personales y no representan la posición de la Asociación Colombiana de Radiología ni de la institución a la que se encuentra vinculado el autor. Esta fue su primera entrega:

Boletin Imágenes, Asociación Colombiana de Radiología 2003; 9(1):9.

Nuestra especialidad se ha caracterizado siempre por su vertiginoso avance tecnológico. Es posible que, en unos años, muchos de nosotros seamos testigos de esa nueva tendencia que se conoce como «radiología sin película». Aún si llegamos a trabajar en un ambiente en el que desaparezca el registro impreso de las imágenes, lo que nunca podrán quitarnos es la palabra.
No importa si lo que miramos es acetato, papel o pantalla, el resultado de nuestro análisis seguirá siendo la palabra, en muchos casos hablada, pero al final siempre escrita, como un informe o reporte definitivo de nuestra opinión acerca de un caso clínico.
Si el resultado de todos los procesos mentales que se generan alrededor de una imagen va a ser un informe escrito, ¿por qué no dedicar un momento a que nuestros informes sean claros y queden bien escritos?
Los radiólogos debemos poseer el poder de la palabra, con el que podemos seleccionar adecuadamente los términos con los que describimos los hallazgos y nuestras impresiones acerca de lo que vemos. El lenguaje médico se ha caracterizado siempre por la distancia que crea entre lo humano y lo científico, y también se ha caracterizado por la incorrección de su uso, por sus incongruencias, contradicciones y redundancias. El resultado del continuo mal uso del lenguaje es la creación de una jerga que, además de incomprensible, se escribe en un estilo pobre, lleno de barbarismos e incoherencias. Se ha trasladado el afán por ahorrar tiempo al uso del lenguaje, y muchos prefieren las abreviaturas y extranjerismos, hasta desarrollar una técnica telegráfica en la que no se aprovechan las herramientas básicas para cualquier descripción, como son las preposiciones y los adjetivos.
Tenemos un idioma rico, que podemos explotar para expresarnos correctamente. Todos los idiomas evolucionan; tanto el uso como la academia llevan a la aceptación de nuevos términos y definiciones, que hacen que nuestro lenguaje crezca. Están claramente establecidas las reglas para usar nuestro idioma, reglas que aplican también para el argot técnico. Cuando el lenguaje se sale de las normas, se convierte en un desordenado intento de comunicación que, en el mejor de los casos, crea aburrimiento, y en el peor, confunde. En el primer escenario, el informe escrito es aquel que no crea el interés por ser leído. En el segundo caso, aunque exista el interés por leerlo, el informe escrito resulta difícil de digerir, puede ser contradictorio o redundante.
No tengo formación en lingüística ni en retórica; muchas de las normas gramaticales me son desconocidas. Cualquiera que haya leído mis informes u otros escritos habrá identificado incongruencias y otros errores en mi uso del lenguaje (de hecho, agradezco que esos descubrimientos me sean revelados).
Como aficionado -y apasionado- por la palabra, promuevo entre mis estudiantes el cuidado en el uso de los términos descriptivos y el ceñimiento a las normas ortográficas y gramaticales. Como Grijelmo(1), defiendo el español, porque vivo en un país en el que ese es el idioma oficial. Cuando hablo o escribo en español, prefiero los términos en nuestro idioma a los extranjerismos, aunque el uso los haya aceptado. Somos más de cuatrocientos cincuenta millones de hispanohablantes que debemos enorgullecemos de poseer la eñe; siempre que existan palabras equivalentes en nuestro idioma, ¡no cedamos al uso de términos en inglés, francés o alemán!
Si desconocemos los aspectos fundamentales de la gramática latina, al caer en la tentación de latinizar, nos ponemos en evidencia con latinajos y decimos barbaridades, como «la crura derecha», «cavum septum vergae » o «pectum excavatum».
Convencido del poder de la palabra, intentaré defenderla desde esta columna, haciendo énfasis en el uso adecuado de los términos que utilizamos a diario. Sé que ésta puede terminar siendo una cruzada solitaria; espero reclutar adeptos que empiecen por preocuparse más porque sus informes no resulten siendo usados únicamente como papel reciclable. Para finalizar, unas palabras sobre la palabra, prestadas de la uruguaya Cristina Peri Rossi (2):

Palabra
Leyendo el diccionario
he encontrado una palabra nueva:
con gusto, con sarcasmo la pronuncio;
la palpo, la apalabro, la manto, la calco, la pulso,
la digo, la encierro, la lamo, la toco con la yema de los dedos,
le tomo el peso, la mojo, la entibio entre las manos,
la acaricio, le cuento cosas, la cerco, la acorralo,
le clavo un alfiler, la lleno de espuma,

después, como a una puta,
la echo de casa.

Bibliografía
1. Grijelmo, A.: Defensa apasionada del idioma español. Suma de Letras, S.L. Madrid, 2001.
2. Peri, C: Poemas de amor y desamor. Plaza y Janés Editores, S.A. Barcelona, 1998.

MAREMOTO / TSUNAMI

El diccionario de la Real Academia Española define maremoto como una agitación violenta de las aguas del mar a consecuencia de una sacudida del fondo, que a veces se propaga hasta las costas dando lugar a inundaciones. El maremoto es simplemente un seísmo, del griego σεισμός, sacudida. En otras palabras, es un terremoto submarino.
Un tsunami es una ola gigante provocada por un maremoto, por un deslizamiento, una erupción volcánica o el impacto de un meteorito. A medida que se propaga desde el epicentro, la ola no es muy grande, puede tener uno o dos metros de alto. Lo que sí es muy grande es su longitud de onda, es decir, el intervalo entre cada ola, que puede ser de varios cientos de metros. Este comportamiento hace que pueda ser invisible desde el aire, o que no se perciba en un barco sobre la superficie marina; su propagación puede sobrepasar los 500 km/h, en mar abierto y profundo, disminuyendo a unos 30 km/h en aguas poco profundas. En menos de 24 horas, un tsunami puede atravesar el océano Pacífico. Al llegar a la costa, se estrella con el fondo, pero el piso va ascendiendo: la ola, que era horizontal, se levanta hasta hacerse vertical, con las consecuencias catastróficas que hoy conocemos. No es lo mismo maremoto que tsunami.
Tsunami es un sustantivo masculino de origen japonés, formado de las raíces tsu (bahía) y nami (ola), se refiere a esa ola oceánica gigante cuando llega a puerto. El término tsunami no aparece registrado en la última edición del diccionario de la RAE. Sin embargo, según informe desde España del académico Fernando Pardos, el día 11 de enero de 2005 se trató el tema en la Comisión de Vocabulario Técnico de la RAE, para proponer la inclusión de la palabra tsunami en su próxima edición. Algunas de las controversias que se han suscitado incluyen proponerlo en español como un sustantivo femenino, pues designa a una ola: «una/ la tsunami». También está la propuesta de admitir la castellanización «sunami», en lugar de la inglesa tsunami. Al respecto, el comentario del académico al proponente de esta transliteración española:

«…de momento es un extranjerismo, aunque no sé aún si se optará por ponerlo
en letra cursiva, porque fonéticamente «es pronunciable» pero el grupo «ts»
no es muy español que digamos. Como ejemplos de cosas parecidas, «geisha»
está en cursiva pero «kamikaze» no. Obsérvese que el DRAE no registra ni adapta
«geisa» ni «camicace». Según tú, entonces una famosa mosca ¿debería llamarse
«sé-sé»? No sé, no sé ☺.
Un abrazo, Fernando Pardos»

jueves, 1 de marzo de 2007

BENEDICTVS

Pontífice significa «constructor de puentes», denominación heredada de los Sumos Sacerdotes en tiempos del Imperio Romano. La palabra Papa viene de una sigla: «Petri Apostoli Potestatem o Accipiens», cuya traducción al español es algo así como «El que recibe la potestad del apóstol Pedro».
El nombramiento del nuevo Papa se hace por una junta de cardenales de la Iglesia católica, mediante una votación que los cardenales escriben con su puño y letra en papeletas que luego son incineradas en una urna especial. Esta votación se hace a puerta cerrada, de ahí su nombre, que viene del latín y significa «bajo llave»: cónclave. Sólo cuando se obtiene un candidato cuya votación sea mayoritaria, las papeletas son incineradas junto con unas sustancias que producen el humo blanco que precede al famoso anuncio público de «Habemus Papa».
El elegido escoge un nombre para ser identificado por sus feligreses, comúnmente alusivo a algún santo o beato. En los días anteriores a la elección de Joseph Ratzinger, el nuevo Sumo Pontífice, hubo muchas especulaciones alrededor de quién sería el nuevo Papa, y cuál su nombre papal. De hecho, en dos muy concurridas casas de apuestas por internet, la irlandesa Paddy Power y la inglesa William Hill, se establecieron como favoritos los nombres de Benedictus, Juan Pablo, Juan o Pío. Benedictus fue el preferido por los jugadores, pagando 3 dólares por cada dólar apostado. Como es de suponer, la Iglesia condenó las apuestas, calificadas como muestra de mal gusto e inmoralidad.
Benedictus es un nombre originado en el cristianismo, que presenta diversas formas, como Benedicto o Benito. Significa bendito, aquel sobre quien se han invocado todos los bienes. También tiene dos formas femeninas, Benedicto y Benita. Como nada en la Iglesia católica es casual, el nombre del Papa actual está cargado de significados. Para algunos, significa «El que dice bien las cosas, el que habla santamente.» Benedictus es además una trascendente oración. Cuando San Juan Bautista nació, su padre le canta el himno Benedictus, que en esencia dice «este niño será Bendito porque abrirá los caminos para la llegada del mesías. »
Los exalumnos del Colegio San Carlos de Bogotá, recordamos que San Benito, patriarca de los monjes benedictinos, sugería dedicación al trabajo, tanto intelectual como manual, a la oración y a la lectura, con su lema para la vida monástica: Ora et labora, que significa «reza y trabaja». La fiesta de San Benito es el día 21 de abril.
Los Benedictos y los Benitos tienen un nombre lleno de bendiciones, llevado por muchos santos y por lo menos por quince Papas, como se indica en la lista siguiente, en la que se incluyen las fechas de cada papado Benedicto, con su respectivo número consecutivo.
Nótese que Benedicto IX tuvo tres diferentes períodos papales. También cabe señalar que Benedicto X, Giovanni di Velletri, no está en la lista oficial de Papas, por ser considerado un antipapa, es decir, uno que ha reclamado el título papal en forma no canónica, usualmente como muestra de oposición a los cánones de la Iglesia católica, en épocas de turbulencia religiosa.

No. 62. Benedicto I (575-579)
No. 81. S. Benedicto II (684-685)
No. 104. Benedicto III (855-858)
No. 117. Benedicto IV (900-903)
No. 132. Benedicto V (964-966)
No. 134. Benedicto VI (973-974)
No. 135. Benedicto VII (974-983)
No. 143. Benedicto VIII (1012-1024)
No. 145. Benedicto IX (1032-1044)
No. 147. Benedicto IX (1045-1045)
No. 150. Benedicto IX (1047-1048)
No. 194. B. Benedicto XI (1303-1304)
No. 197. Benedicto XII (1334-1342)
No. 245. Benedicto XIII (1724-1730)
No. 247. Benedicto XIV (1740-1758)
No. 258. Benedicto XV
No. 265. Benedicto XVI